Daniel Dennett y los tipos de mentes: Un intento de comprender la conciencia

Por Fernando Blanco.
(Publicado originalmente en Psicoteca, 2004).

El estudio de la mente humana ha intrigado a los filósofos tanto como a los psicólogos (que somos sus sucesores), aunque ahora estos últimos hayamos acogido el enfoque científico en nuestras investigaciones. Supongo que una vez que consideras a la mente como un objeto de la naturaleza, lo mismo que un ser vivo o un órgano, es cuestión de tiempo el que uno acabe adoptando el método de estudio más característico de los objetos naturales, la ciencia.
Sin embargo, en muchas cuestiones, y en las verdaderamente complejas y que más dolores de cabeza nos provocan, como la comprensión de la conciencia, los filósofos siguen colaborando de una manera valiosa. Si fuera cierto, como reconoce Dennett, que los de su gremio tienden a plantear más preguntas de las que resuelven, pienso también que, en cualquier caso, son esas preguntas cada vez mejor formuladas las que nos llevan a las reflexiones necesarias para avanzar en el conocimiento.
Pero debemos ser justos: Daniel Dennett tampoco es cualquier tipo de filósofo. Su comprensión y conocimiento de las teorías científicas lo convierten en un hábil pensador capaz de abordar temas tan controvertidos como el lenguaje, la cognición, la inteligencia artificial o la evolución biológica, con la solvencia necesaria para convencer o al menos interesar a muchos científicos de alto nivel, como por ejemplo a mi admirado J. L. Arsuaga en Amalur (2002).


En su libro Tipos de mentes, Dennett demuestra valentía al atreverse con el tema de la conciencia, que es uno de los monstruos de aspecto más amenazador a los que podemos enfrentarnos tanto los psicólogos como los filósofos y los neurólogos. Así, nos describe los problemas que encontramos al intentar trazar la línea entre los seres "con mente" y los seres "sin mente". ¿Dónde está la frontera? ¿Puede "pensar" una flor? ¿Una bacteria? ¿Por qué tenemos tan claro que nuestro perrito Tobby sí puede? Sucede que uno puede estar o no de acuerdo con las tesis de este filósofo, pero no cabe duda de que nos pueden llevar a todos a un debate muy enriquecedor y quizá incluso productivo. ¿Quién sabe?
En primer lugar, conviene ser realistas aunque eso suponga llevarnos una pequeña desilusión: parece que queda fuera de nuestro alcance conocer la mente de un ser incapaz de comunicarse con nosotros. Incluso el concluir si tiene mente o no parece un problema irresoluble. No es sólo que estemos ante un área difícil de explorar, sino que, según Dennett, puede ser sistemáticamente incognoscible: habríamos topado con un límite de nuestra propia capacidad de conocimiento del universo y lo más inteligente sería asumirlo como tal. Así pues, es probable que nunca lleguemos a saber si un pez está pensando cuando nada en su acuario, o si un chimpancé medita alguno de sus actos, por inteligentes que éstos nos parezcan.
Puede que de todas formas haya distintas formas de "pensar". Nosotros, los seres humanos, tenemos bien claro que podemos reflexionar sobre nuestras acciones. Hacemos cosas, como caminar o alimentarnos, pero también somos capaces de subir un escalón más: podemos pensar y meditar acerca de nuestro acto de caminar o de ingerir alimentos. Desde nuestra posición nos parece poco probable que otros seres vivos puedan llevar a cabo una operación análoga (además, como ya se ha dicho, seguramente es imposible comprobar si esa operación tiene lugar). Una buena parte de los seres vivos serían entonces meros autómatas, que realizarían acciones a veces aparentemente muy inteligentes pero sin advertir que lo están haciendo, ni por qué (a ellos les basta con el saber cómo se hace determinada cosa).
Tómese un ejemplo cualquiera, como el ingenioso diseño hexagonal de las celdas que forman el panal en las colmenas de la abeja común, ese que tanto asombró a Darwin en "El Origen de las especies" (1859). A pocos de nosotros, con la excepción de los ingenieros y matemáticos, se nos ocurriría una forma similar de conjugar el aprovechamiento máximo del espacio con la capacidad de almacenamiento y el ahorro de material. Incluso el propio Darwin tuvo que consultar el asunto con un conocido matemático, para poder advertir la maravilla de ingeniería que habitaba en cada colmena. ¿Son las abejas una especie de "ingenieros diminutos", capaces de proyectar obras de diseño asombroso? ¿Contiene el pequeño cerebro de toda abeja el conocimiento que a un arquitecto le lleva años adquirir con gran esfuerzo? Ciertamente, esto se nos hace difícil de creer. Parece más bien que las abejas están dotadas de los mecanismos mínimos para realizar la obra (el "saber cómo"), siendo innecesarios otros conocimientos, o la mera capacidad de reflexión acerca de lo que están haciendo. La calificación de autómatas, o robots naturales, les viene pues que ni pintada a las ajetreadas obreras.
Podemos simplificar el ejemplo todavía más, e incluso remitirnos a entes que no están estrictamente vivos. Algunas macromoléculas exhiben comportamientos que suelen representarse con la metáfora de la "llave y la cerradura": una enzima, por ejemplo, es una proteína que está flotando pasivamente, no hace nada, hasta que por casualidad se topa con otra molécula específica (la cerradura en la que encaja su llave) y entonces realiza una determinada acción con ella (por ejemplo, en nuestro sistema digestivo podemos encontrar enzimas que "trocean" las moléculas que ingerimos en piezas más pequeñas). Por supuesto, aunque estas macromoléculas, al igual que las abejas, realicen acciones (es decir, tengan algún tipo de conducta, aun entendida ésta en un sentido amplio), es muy dudoso que sean sujetos racionales, que sólo actúan después de haber deliberado conscientemente los pros y contras de su acción.¡Ni siquiera son entes vivos!
Como recuerda Dennett, todos los seres vivos descendemos de las moléculas que un día, hace miles de millones de años, comenzaron a autorreplicarse, iniciando con ello el proceso de selección natural (véase El gen egoísta, de R. Dawkins, 1993). Usando las mismas palabras del filósofo, "¡nuestra tatara... tatara... tatarabuela fue un robot!" (Dennett, 1996).
Lo más curioso no es que descendamos de estos agentes automatizados, sino que de hecho estamos compuestos de cientos de miles de pequeños robots. Todo nuestro cuerpo (incluyendo nuestro cerebro, claro) no es más que una maquinaria hecha a partir de moléculas "estúpidas" que llevan a cabo todas las tareas que nos permiten sobrevivir tal y como lo entendemos. Nadie ha tenido que decirle a la hemoglobina en qué consiste su tarea, o cual es su finalidad última. Una vez más, Dennett emplea una buena metáfora para ilustrar la cuestión, al utilizar como ejemplo las novelas de espías, donde cada agente está supeditado a su organización secreta o servicio de inteligencia, y recibe sólo la información justa que requiere para llevar a cabo su tarea. No necesita saber para qué requieren sus servicios, le basta con saber cómo cumplir su misión. Es un principio lógico de seguridad y economía (no debe darse a ningún agente más información de la estrictamente necesaria), que en este caso ejemplifica nuestro propio sistema de organización. Para Dennett todos esos conocimientos que almacenan nuestros órganos, o las moléculas que los forman, podrían entenderse como unas "protomentes", previas a lo que nosotros llamaríamos una mente "auténtica", que contienen información (el cómo hacer determinadas cosas, pero no el por qué). Aun así no deja de sorprenderme el que una horda innumerable de robots con distintas funciones puedan conformar un ente pensante y con conciencia como un ser humano.

En uno de los capítulos más interesantes de su libro, Dennett se propone clasificar sistemáticamente los distintos tipos de diseño que ha generado la naturaleza para hacer frente a esa tarea que debe cumplir toda mente, la de "construir futuro". De este modo, los organiza en una "torre de la generación y la prueba" de complejidad creciente. Conforme ascendamos por sus pisos encontraremos mejores soluciones a ese problema, los organismos encontrarán los mejores movimientos de manera más satisfactoria. Vamos, pues, a comenzar nuestra ascensión desde la planta baja de la torre:
Las criaturas darwinianas son los organismos más sencillos desde el punto de vista del comportamiento. Su gama de conductas se reduce a un abanico poco variado y extremadamente rígido, grabado en los genes del individuo. Volviendo a la metáfora de la llave y la cerradura, ante un problema determinado (una cerradura), cada criatura darwiniana dispone de una llave (una conducta innata, obtenida mediante la herencia). Claro está, la llave puede ser la correcta o no, y esa diferencia decide la proliferación de unos individuos y la reducción del número de otros, los de las llaves "defectuosas", mediante el proceso de la selección natural. Es esa selección natural la que va puliendo la conducta de las criaturas darwinianas (meros autómatas, como las macromoléculas o los seres unicelulares) a través de las generaciones, al escoger para la supervivencia a los portadores de los comportamientos mejor adaptados.
El segundo piso de la torre lo constituyen las criaturas skinnerianas, llamadas así en honor al psicólogo conductista norteamericano B. F. Skinner. Las criaturas skinnerianas presentan la novedad de poseer cierta plasticidad en su comportamiento. Ante un problema dado, pueden ir probando a ciegas las distintas variantes de conducta que son capaces de generar (es como disponer de un juego de llaves e ir introduciendo una tras otra en la cerradura), hasta que por casualidad dan con una que funciona y dispara el efecto deseado. Esto por sí sólo ya constituye cierta ventaja, pero es que además las criaturas skinnerianas cuentan con un sistema de refuerzo que hace que las conductas "correctas" aumenten su probabilidad en el futuro. Es decir, que la próxima vez que se enfrenten a la misma cerradura, podrán utilizar la llave correcta a la primera, sin tener que probar con todas las demás. Eso es una forma de aprendizaje. Los psicólogos siempre han hecho notar la interesante analogía entre el proceso de aprendizaje relatado por los conductistas y la selección natural, en tanto que ambos son mecanismos que operan sobre una materia prima (las distintas conductas o los genes) necesariamente variable, y seleccionan aquellos elementos más adaptativos para la supervivencia del ente. Parece ser que la mayoría de los animales son capaces de aprender en estos términos, es decir, que pueden modificar su pauta de comportamiento en función de la historia pasada y el entorno.
El aprendizaje que observamos en una criatura skinneriana no deja de ser útil pero tiene un riesgo evidente, y es que dado que el proceso de prueba y error es ciego, uno de los primeros errores que cometa puede matarla sin más. Necesitamos mayor refinamiento. Una buena forma de evitar ese peligro es realizar una selección previa de las posibles conductas, para descartar aquellas que claramente conduzcan al fracaso. Y esto es precisamente lo que hacen las criaturas popperianas (Dennett las llama así en honor al filósofo Karl Popper), permitir que sus hipótesis mueran en lugar de morir ellas mismas. Es como si las llaves fuesen probándose no en el espacio real, sino en uno imaginado.
¿Cómo tiene lugar el proceso? Toda preselección es en realidad un filtro, en este caso, se trata de un entorno interno seguro en el cual se pueden llevar a cabo algunas pruebas sin miedo a sufrir daños. Ese entorno seguro, para ser útil, debe contener información relevante acerca del mundo, pero no necesita ser una "réplica" exacta del mundo, con todo lujo de detalles.
Aunque es difícil poner a prueba este tipo de cuestiones, parece que todos los vertebrados y la gran mayoría de los invertebrados somos capaces de llegar a este piso de la torre (contenemos, pues, los tres tipos de mente que hemos visto). Pero aún queda un último paso que dar para encontrarnos con un diseño revolucionario que nos ayudará a comprender cómo actuamos los seres humanos.
Nos encontramos sin duda ante el piso más controvertido y llamativo de toda la torre de Dennett. Las criaturas gregorianas toman su nombre de Richard Gregory, psicólogo que advirtió la importancia de lo que él llama inteligencia potencial. Según Gregory, una herramienta, como un hacha o unas tijeras, no sólo es un fruto de la inteligencia de su creador, sino que constituye una fuente de inteligencia adicional para aquel que la usa. Cuando le damos unas tijeras a alguien, multiplicamos su capacidad de hacer movimientos inteligentes (aumentamos su inteligencia potencial). Cuanta más inteligencia haya en el diseño de una herramienta, mayor será la inteligencia potencial confiada a su usuario (un hacha sencilla y tosca no es el tipo de herramienta más adecuada para cortar el papel, pero las tijeras, con un diseño más inteligentemente dirigido a ese cometido concreto, permitirán a su usuario mayor habilidad). Vemos así cómo las herramientas (su fabricación y su uso) constituyen un salto importante en la capacidad de los seres vivos para realizar tareas cada vez más complejas y útiles con más eficacia.
Dennett resalta nuestra costumbre como seres gregorianos de descargar en el medio la mayor parte de nuestras tareas cognitivas, a través de marcas, claves, disparadores de costumbres (la escritura también sería un tipo de estos dispositivos o recordatorios externos), de modo que nuestro cerebro queda libre para trabajar en otra cosa, y siempre puede recuperar esa información que queda almacenada en el entorno para reprocesarla o representarla (por usar otra de las metáforas del libro, nuestro cerebro albergaría sólo unos índices que nos permitirían acceder a la información que hemos ido diseminando en el exterior, en la biblioteca, los cuadernos de notas... la mente humana no se restringiría a las limitadas fronteras físicas de nuestro cerebro, sino que abarcaría todos esos dispositivos externos en los que descargamos nuestras tareas y sin los cuales nos veríamos muy disminuidos).
Pero no sólo los objetos externos pueden servir como fuente de inteligencia potencial para la criatura gregoriana, no menos importantes son las "herramientas mentales". Un tipo de herramienta mental o interna que representa un paso realmente gigantesco en la evolución humana lo constituyen las palabras. Utilizando los conceptos y las palabras como "muletas" para elevarse aprovechando el conocimiento de otros, la criatura gregoriana alcanza niveles de inteligencia que serían impensables si no contara con esas ayudas. Pero además, al incorporar las palabras a nuestro universo imaginado, y jugar con ellas combinándolas de diferentes formas, aquellas criaturas fueron dando el paso revolucionario desde el mero "hacer cosas", sin saber que las hacían, a la auténtica reflexión acerca de los propios actos, eso que estamos de acuerdo en llamar conciencia. He ahí el paso definitivo que marca la diferencia entre los animales no humanos (con capacidad de crear y manejar conceptos, qué duda cabe, pero seguramente sin capacidad de reflexionar sobre esa capacidad) y los seres humanos (con su salto a lo metafísico, capaces de proezas como pensar sobre el acto de pensar). Parece que, después de todo, sí que somos únicos. Y si el lenguaje (manejo de herramientas mentales) es el requisito previo para pasar esta frontera, ya tenemos la pista, me atrevo a especular, para ir intentando identificar el momento en que los seres humanos se hicieron, por fin, humanos en toda regla.

Referencias
  • Arsuaga, J. L. y Martínez, I. (2002). Amalur: del átomo a la mente. Madrid: Booket / Temas de Hoy.
  • Darwin, C. (1991). El origen de las especies. Barcelona: RBA.
  • Dawkins, R. (1993). El gen egoísta. Barcelona: Salvat.
  • Dennett, D. C. (1996). Tipos de mentes. Madrid: Debate.

    Fuente original de este artículo: Blanco, F . (2004). Daniel Dennett y los tipos de mentes: Un intento de comprender la conciencia. Psicoteca, http://www.psicoteca.com
  • 3 comentarios:

    Anónimo dijo...

    Bueno, y ¿cómo sabemos que los animales no hacen esto de pensar sobre sus propias acciones y pensamientos, si hemos empezado el artículo leyendo que saber lo que piensa o no un animal es poco menos que imposible?
    Me parece muy interesannte el artículo. Uno de los grandes misterios del mundo: como llega la materia a convertirse en conciencia...

    Fernando Blanco dijo...

    En realidad, aquí nos movemos en el terreno de la probabilidad.
    Puede que las abejas estén pensando conscientemente cuando construyen sus panales siguiendo unas pautas que podría perfectamente haber marcado un ingeniero. Puede que conozcan aspectos complicadísimos como las propiedades físicas (dureza, tensión) y químicas de la materia con la que trabajan, las variables que determinan la forma idónea del panal desde un punto de vista energético, económico, mecánico... Es posible.
    ¿Pero es probable? No nos lo parece. Tenemos explicaciones más sencillas para dar cuenta de la conducta de las abejas, que no requieren del concurso de conocimientos tan complejos (ni siquiera los humanos somos capaces de realizar esas proezas sin cursar 5 años de licenciatura). Podemos, por ejemplo, explicar esa conducta a través de los instintos, y la selección natural.
    No se trata de lo que sea posible. Se trata de lo que sea probable. Y lo probable, en principio y a igualdad de condiciones, es la hipótesis más sencilla, la más parsimoniosa. El mismo argumento lo empleamos para no creer en los fantasmas ;-)

    Anónimo dijo...

    Saludos te felicito por tu reseña, me intereso el libro y lo he leido, es un libro exepcional por sus contenidos y además por su gran capacidad Espositiva, Dennett es un filosofo muy a tener en cuenta.