Somos racionales... hasta cierto punto

Por Luis Aguado
(Publicado originalmente en Divulc@t)

Como normas de la razón contarían, por ejemplo, las de la lógica, la estadística o la probabilidad. Pero aunque hay quienes afirman que los seres humanos somos estadísticos, o incluso físicos o biólogos (!y no digamos psicólogos!) "intuitivos", lógica, estadística, teoría de la probabilidad, física, biología y, por supuesto, la psicología científica, son en realidad laboriosas creaciones de la mente humana; laboriosas, quizá, porque han sido creadas precisamente en contra del modo en que nuestra mente opera de modo espontáneo o "natural". Un modo de operación que, según los cánones usuales de la racionalidad, tal vez no sea tan perfecto...

Los psicólogos cognitivos (1), que tratan de averiguar cómo funciona realmente nuestra mente, cómo aprendemos, recordamos o tomamos decisiones, vienen desde hace tiempo cuestionando los límites de la racionalidad humana. Vista con el microscopio de las técnicas experimentales de la psicología cognitiva, nuestra conducta resulta mucho menos "racional" de lo que nos gustaría creer y más guiada por intuiciones y atajos mentales que proporcionan soluciones más aproximativas que óptimas y siempre proclives al error.

Dos Nobel "irracionales"
Es llamativo que en las pocas ocasiones en que el premio Nobel ha sido otorgado a científicos cuya investigación se centra en el comportamiento humano, el galardón haya sido concedido a investigadores que se han ocupado precisamente de estudiar los límites de nuestra racionalidad. No es coincidencia que, además, esos premios se hayan otorgado en el campo de la economía, ya que los intercambios económicos son, en último término, intercambios entre personas que toman decisiones a partir de estimaciones sobre lo que resulta más o menos conveniente en una situación concreta.

En 1978, el Nobel de economía fue concedido a Herbert Simon (2), bien conocido por sus estudios sobre los procesos de elección y solución de problemas desde la óptica de la computación y la inteligencia artificial. A finales del pasado año, el Nobel de Economía volvió a recaer en otro especialista de la toma de decisiones, el israelí Daniel Kahneman (3) (actualmente en la Universida de Princeton), cuyos trabajos, igual que los de Simon, han encontrado un amplio eco no sólo en el ámbito de la psicología sino en el más mundano y pragmático de la economía (muchos de los trabajos de estos dos investigadores han sido publicados principalmente en revistas de economía).

El punto de partida de Simon y Kahneman fue la constatación de que la idea de un ser humano omnisciente y en posesión de todos los datos necesarios para tomar una decisión que dé resultados óptimos es aplicable en raras ocasiones. La capacidad limitada de nuestra memoria inmediata, la incertidumbre acerca de las consecuencias de nuestras acciones y la simple falta de información, hacen que frecuentemente tomemos decisiones guiados por una racionalidad limitada y emitamos juicios que a duras penas se ajustan a la realidad. El interés que esta constatación tiene en el campo de la economía es obvio. En las decisiones microeconómicas, dependientes de agentes individuales, un modelo de elección basado en la racionalidad absoluta, en el manejo implacable de las leyes de la lógica o los cálculos estadísticos, es irreal y, por tanto, da origen a predicciones erróneas.

Los numerosos estudios conductuales realizados por Kahneman indican que la toma individual de decisiones en situaciones de incertidumbre, es decir, en situaciones en que el sujeto sólo dispone de datos parciales en que basar su elección, no responde a los cánones de la racionalidad entendida en un sentido estricto, sino que se basa en un variado arsenal de sesgos, prejuicios y soluciones "a priori". Pero una "ciencia de la irracionalidad" no sería posible si esos métodos un tanto "chapuceros" de resolver problemas fuesen aleatorios e idiosincráticos. Lo que los científicos de la irracionalidad han demostrado es, por el contrario, su carácter sistemático y predecible. En el ámbito de la conducta económica, por ejemplo, un individuo que deba tomar una decisión en una situación relativamente compleja y con un cierto grado de incertidumbre no actuará necesariamente de acuerdo a las leyes "objetivas" de la probabilidad y a la regla del máximo beneficio, pero tampoco se comportará de modo totalmente aleatorio, si entendemos como tal una conducta absolutamente impredecible o inexplicable.

Heurísticos y sesgos: un arma de doble filo
Kahneman ha aplicado sus teorías tanto a la toma de decisiones como a los juicios que continuamente realizamos acerca de cosas como la probabilidad de aprobar unas oposiciones o la adecuación de varios candidatos que aspiran a un puesto de trabajo. El asunto no es trivial, porque estos juicios determinan elecciones que tienen consecuencias decisivas sobre la vida de los demás y la nuestra propia. Numerosos estudios sobre estas cuestiones han demostrado que las personas recurrimos de forma sistemática a atajos mentales ("heurísticos" (4) en la jerga de la psicología cognitiva) que nos permiten realizar evaluaciones basándonos en datos parciales. Lo curioso es que empleamos estos atajos cognitivos aun cuando dispongamos de datos adicionales que posibilitarían una evaluación más ajustada. Cuando ocurre esto, manifestamos sesgos en nuestros juicios, que se apartan sistemáticamente de la "verdad".

Dos de los heurísticos más estudiados por Kahnenam han sido los de representatividad y disponibilidad. Supongamos la siguiente descripción de un estudiante:

"Marcos es un jóven metódico, nada interesado por la política y cuya diversión principal son los ordenadores"

¿Qué le parece más probable?, ¿Que Marcos sea estudiante de ingeniería ó de humanidades…?

Cuando se hacen preguntas de este tipo, la mayoría de la gente tiende a decir que seguramente Marcos estudia ingeniería. Un juicio así resulta, según Kahneman, de la aplicación automática (inmediata, no meditada) del heurístico de representavidad. Suponemos que Marcos estudia ingeniería simplemente porque su descripción encaja con un cierto prototipo o estereotipo del estudiante de ingeniería. Pero esto implica pasar por alto el hecho de que los estudiantes de humanidades o "letras" son mucho más abundantes que los de ingeniería, con lo cual es mucho más probable encontrar estudiantes de humanidades que se correspondan con la descripción de Marcos.

La aplicación del heurístico de representatividad, por tanto, sesga nuestro juicio en una dirección contraria a la que se derivaría de aplicar las reglas básicas de la probabilidad. Es curioso que la gente mantenga este tipo de sesgo aun cuando la pregunta vaya acompañada de información explícita acerca de las proporciones relevantes (por ejemplo, que Marcos procede de una muestra en la que el 70% de personas son estudiantes de letras y el 30% de ingeniería).

Sesgos como los producidos por el heurístico de representatividad no son meras curiosidades de laboratorio y son parte del fundamento de ciertos prejuicios sociales que a veces son empleados para justificar conductas o leyes inapropiadas. Por ejemplo, cuando juzgamos o predecimos la conducta de un miembro concreto de un determinado colectivo, como los inmigrantes, tendemos muchas veces a basarnos en estereotipos supuestamente representativos, ignorando datos objetivos de frecuencia y probabilidad.

En muchas ocasiones, juzgamos la probabilidad de un hecho fiados de la facilidad con que podemos imaginar o recordar hechos de la misma clase. Por ejemplo, podemos estimar que la probabilidad de ser asaltado en un determinado barrio de la ciudad es muy alta basándonos en el conocimiento de que una persona próxima fue asaltada en ese barrio. En este caso, el juicio de probabilidad muestra un sesgo dictado por la aplicación del heurístico de disponibilidad (juzgamos como probable lo que es coherente con la información que, por su recencia o su relevancia personal, tenemos a nuestra disposición en ese momento). Este sesgo se mostraría claramente si, a pesar de saber que en otro barrio también se dan asaltos considerásemos, sin embargo, que es menos probable que nos asalten en él.

En un clásico ejemplo de este efecto, Kahneman pidió a distintos grupos de personas que juzgasen la proporción de hombres y mujeres en una lista recién presentada de nombres célebres. Esos juicios se desviaban de la realidad justamente a favor del sexo cuyos representantes fuesen más conocidos, es decir, de la información más sobresaliente o disponible. Por ejemplo, aunque la lista hubiese contenido igual proporción de hombres que de mujeres, si las mujeres eran en conjunto más famosas que los hombres después se juzgaba que la lista había contenido más mujeres que hombres.

Quizá pensemos que estos sesgos son sólo cosa de la gente de la calle, no entrenada en las sofisticadas normas de la estadística y la probabilidad. Pero no, los científicos, cuyo oficio consiste en gran parte en contrarrestar las imprecisiones del pensamiento "vulgar", caen en las mismas trampas y, por ejemplo, muestran en la práctica una creencia en lo que Kahneman y su ya desaparecido colaborador Amos Tversky llamaron la "ley de los pequeños números", manifestando una infundada confianza en la replicabilidad de datos experimentales obtenidos a partir de muestras reducidas de casos o sujetos. Los científicos le tienen tanto cariño a sus datos que actúan como si creyeran que una muestra de 10 casos es representativa de toda una población y que los resultados no variarían sustancialmente si volvieran a intentarlo con 1000 casos más.

No siempre elegimos lo que más nos conviene
En lo que se refiere a la toma de decisiones, Kahneman ha propuesto una "teoría prospectiva", basada en principios bastante diferentes a los de la racionalidad tradicional. Desde un punto de vista racional, por ejemplo, la preferencia por una u otra actividad dependerá del valor (objetivo, absoluto) esperado de las consecuencias de cada una de ellas; una apuesta que nos da con una probabilidad n una ganancia de valor X será siempre preferible a otra que nos da con una probabilidad mayor que n una ganancia de valor mayor que X. Es más, esto será cierto no importa de qué manera se nos presente la elección.

La teoría prospectiva, sin embargo, supone que el valor que otorgamos a un determinado bien o a una determinada consecuencia de nuestra conducta no es absoluto, sino relativo respecto a un nivel inicial de partida (500 euros son "mucho" si partimos de un nivel inicial de 2000, pero "poco" si partimos de un nivel inicial de 200000). Otro postulado es que las funciones de valor no son lineales y difieren según que el valor sea positivo (ganancias) o negativo (pérdidas).

No son lineales porque, de modo similar a lo que ocurre con la percepción de cualidades sensoriales como el peso de dos objetos, a medida que el valor absoluto aumenta las diferencias entre valores se hacen subjetivamente menores (la diferencia entre 5000 y 5550 es subjetivamente menor que la diferencia entre 500 y 550). Difieren según el signo del valor porque un mismo valor absoluto (50) se aprecia de modo diferente según sea positivo o negativo (nos importaría más perder 50 euros que ganarlos, un ejemplo de lo que se ha llamado "aversión al riesgo"). Kahneman ha demostrado que en pequeñas situaciones simuladas de juego con ganancias y pérdidas económicas, la conducta de los jugadores se ajusta a lo predicho por la teoría prospectiva. Y muchos economistas consideran que esta teoría podría proporcionar una descripción realista de las decisiones económicas en situaciones de riesgo o incertidumbre.

La felicidad está en los ojos del que mira
En su aportación más reciente, Kahneman ha extendido sus teorías al ámbito más accesible y cotidiano de la felicidad personal o, más bien, a nuestras apreciaciones subjetivas sobre ella. Y, por supuesto, en este terreno nuestros juicios son también sesgados y pueden jugarnos malas pasadas si hacemos que de ellos dependan cosas como hasta qué punto valoramos a nuestra pareja o estamos contentos con el barrio o el país en que vivimos.

Kahneman ha demostrado que cuando evaluamos retrospectivamente nuestras experiencias negativas pasamos por alto una dimensión tan fundamental como su duración. Cuando, por ejemplo, valoramos sobre la marcha el dolor físico producido por un tratamiento médico o el dolor psicológico derivado de un proceso de separación, nuestra apreciación es ajustada al dolor actual. Sin embargo, cuando la evaluación es retrospectiva nos basamos fundamentalmente en el momento en que experimentamos más dolor y en el grado de dolor que experimentamos al final del tratamiento (o cuando se consumó la separación), sin tener en cuenta su duración total, es decir, la cantidad total de dolor experimentada.

Los sesgos aparecen igualmente cuando nos comparamos con los demás. Dos personas que viven en distintas regiones pueden considerarse igualmente felices, pero cuando una de esas personas se compara con la otra tiende a considerar que esta es más feliz si vive en una región de mejor clima o en la que el acceso a diversiones o bienes culturales es mayor. La percepción de lo felices o desgraciados que somos es, por tanto, subjetiva y, en el sentido clásico, irracional.

Conclusión
Las teorías de Kahneman y otros investigadores que se han ocupado de los límites de la racionalidad humana nos dan una visión de nuestra inteligencia práctica que no coincide con los cánones de productos culturales refinados como la estadística, la lógica o, en general, el pensamiento científico. Esto no quiere decir que nuestros juicios, conductas y decisiones sean consecuencias del azar y, por tanto, no sean explicables de un modo similar a como hemos logrado explicar otros ámbitos de la naturaleza.

La contribución fundamental de estos investigadores ha sido, precisamente, mostrar que juicios y comportamientos que aparentemente resultan irracionales y poco inteligentes son consecuencia de la actuación de una inteligencia relativamente humilde y aproximativa que, a falta de métodos más exactos, hace continuamente apuestas sobre la realidad. Si fuésemos por naturaleza tan buenos biólogos, psicólogos o estadísticos ¿para que demonios necesitaríamos la ciencia?

Notas
(1) Psicología cognitiva: en su sentido más general, la psicología cognitiva es el estudio del funcionamiento de los procesos mentales (por contraposición a la psicología conductista, enfoque dominante hasta la década de 1960, en que la investigación de lo mental comenzó a ganar respetabilidad científica). El punto de partida de la psicología cognitiva es la consideración de la mente como un sistema procesador de información. En las últimas décadas, el estudio científico de la mente y de la conducta ha experimentado un impresionante avance e integra distintos niveles de análisis, desde los procesos subcelulares en las neuronas hasta la actividad de grandes sistemas cerebrales y los procesos de memoria, el razonamiento o las emociones.
(2) Herbert Simon recibío en 1978 el Nobel de Economía "por su investigación pionera sobre los procesos de toma de decisiones dentro de las organizaciones económicas".
(3) Daniel Kahneman recibió en 2002 el Nobel de Economía "por haber integrado intuiciones procedentes de la investigación psicológica en la ciencia económica, especialmente en lo tocante a los juicios y decisiones humanas bajo incertidumbre". El premio fue compartido con el economista Vernon Smith "por haber establecido la experimentación de laboratorio como una herramienta empírica para el análisis económico, especialmente en el ámbito de los mecanismos mercantiles alternativos".
(4) Heurístico: un procedimiento basado en la experiencia, que no garantiza una solución cierta pero resulta útil con una cierta probabilidad. Se contrapone a los "algoritmos", que son procedimientos bien especificados que garantizan una solución cierta. Las reglas aritméticas, por ejemplo, son algoritmos. Multiplicar cualquier número por 2 garantiza que siempre obtendremos un mismo resultado (el doble del número multiplicado), pero agitar la televisión cuando se corta la imagen no garantiza que se reestablezca la transmisión, aunque alguna lo haga.

Bibliografía
  • Sutherland, S. (1996). Irracionalidad. El enemigo interior. Madrid: Alianza Editorial. Un libro ameno y accesible sobre las "desviaciones" del pensamiento racional.

    Enlaces:
  • Premios Nobel de Economía 2002
  • Teoría de modelos mentales

    Fuente original de este artículo: Aguado, L. (2003). Somos racionales... hasta cierto punto. Divulcat, http://www.divulcat.com
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