La música que me gusta me define

Últimamente ando liadillo como pata de romano y por eso os he tenido bastante abandonados, todo culpa mía. Va siendo hora de recuperar el ritmo pero lo voy a hacer con algo ligerito.

Podemos averiguar muchas cosas sobre la personalidad de la gente a partir de sus gustos. En concreto, a partir de sus gustos musicales. Eso nos viene a contar el trabajo de Rentfrow y Gosling (2006): “Message in a Ballad: The role of music preferences in interpersonal perception”, colocado en la revista Psychological Science. Estos científicos formaron parejas de jóvenes voluntarios (tanto del mismo sexo como de sexos opuestos) y registraron sus conversaciones durante 6 semanas. Observaron que buena parte de ese tiempo lo acaparaba un tema en concreto (el 58% del tiempo dedicado a la conversación, frente a un 37% de un combinado de los otros temas), y no es el que todos hubiéramos imaginado en un primer momento, no señores: hablaban de música. Hagamos memoria: Seguro que casi todos vosotros recordáis haber mantenido una conversación sobre asuntos musicales en los últimos días. Esto llevó a los psicólogos a preguntarse qué tendría la música de especial para ser un tema preferente. Tal vez los gustos musicales nos aporten información esencial de una persona durante el proceso de conocimiento mutuo. Así que surgió la pregunta: ¿Qué nos dicen los gustos musicales acerca de la personalidad de otras personas? ¿Serán los gustos musicales una buena variable predictiva de la personalidad?

Y hecha la pregunta, vamos a buscar la pertinente respuesta. A los participantes del siguiente estudio se les pidió que confeccionaran una lista con sus 10 canciones favoritas. Después, otros participantes debían extrapolar rasgos de personalidad del oyente a partir de la lista. Las predicciones se compararon con un test estandarizado de personalidad, el cuestionario de los 5 rasgos (BFQ). Este test clasifica a las personas en función de sus valores en 5 rasgos o dimensiones principales (extraversión, neuroticismo, apertura a la experiencia, cordialidad y escrupulosidad), y es uno de los más utilizados en el campo de la personalidad.
Pues bien, los investigadores hallaron un grado de acuerdo notable entre ambos tipos de predicciones, las del test estandarizado y las que estaban basadas en las preferencias musicales. En concreto, el rasgo de la apertura a la experiencia estuvo muy bien representado por medio de las canciones elegidas (seguido por la extraversión y el neuroticismo). Por dar algunas pistas: Los temas vocales, cantados, sugieren una personalidad extravertida, la música country indica estabilidad emocional y el jazz suele ser asociado con personas intelectuales. Este último punto me llama la atención puesto que hace poco se ha comprobado que los niños superdotados (al menos en UK) prefieren el heavy metal a cualquier otra música. Y de eso sí que me congratulo. Up the irons!!

En Psyblog os cuentan más cosas sobre este tema de la personalidad y la música, que es de ahí de donde he sacado casi toda la información (original en inglés). Pasaos por la web y me contaréis.

La H de Hirsch está de moda

Hace poco descubrí, casi por casualidad, el índice h de Hirsch Proc. Natl. Acad. Sci. USA 102: 16569) y su aplicación a la hora de medir la calidad investigadora de personas o instituciones. Os cuento cómo calcular vuestra h fácilmente. H es igual al número de publicaciones que tenga el investigador (o institución) con al menos h citas. Es decir, si un investigador X tiene 3 artículos publicados, y cada uno de estos artículos ha recibido 2 citas, la h de X será de 2 (tiene 2 artículos con al menos 2 citas). Como veis, es un índice muy sencillo de calcular y con varias ventajas frente a otros índices. Por ejemplo, si utilizamos sólo el número de publicaciones estamos premiando a investigadores muy productivos pero que, quizás, sus investigaciones no son de gran relevancia (¿no se os ocurren ejemplos?). También podemos medir el número de citas totales, pero en este caso estamos sobrevalorando a autores con uno o dos buenos trabajos muy citados. Pero el h también tiene sus problemas. Por ejemplo, no se tiene en cuenta el número de autores de los trabajos. Esto se arregla dividiendo la h por el número de autores que firman los trabajos. Pero esto hace un poco más complicado su cálculo y, al menos en mi opinión, lo más divertido de este índice es lo rápido que podemos calcularlo.

Pasos para el cálculo de una sabrosa h:

1º) Entramos en la Web of Knowledge.

2º) Vamos a Web of Science.

3º) Pinchamos “Advanced Search”.

4º) Buscas el autor que sea, escribimos, e.g., AU=Waldmann MR.

5º) Ordenas los resultados por número de citas.

6º) ¡Ya lo tienes! Sólo hay que buscar el primer artículo cuyo número en el orden de artículos sea mayor que su número de citas. Este número (la posición) menos 1 es la h del autor. En el caso de Waldmann MR su h es de 10 ¡no está mal!.

¿Cómo vais de h? (yo fatal, un cero patatero).

“Dulces sueños”: lo que nos queda para comprender la conciencia.

Muy cortésmente, la gente de Katz Ediciones me obsequió hace un par de meses con un ejemplar de la obra de Daniel C. Dennett “Dulces sueños: Obstáculos filosóficos para una ciencia de la conciencia”. Debido a mi ajetreada agenda diaria, he tardado bastante en acabármelo y todavía más en atreverme a contaros algo en esta bitácora, pero creo que es lo justo dedicarle algún espacio a este libro.
Lo primero que quiero decir es que, como casi todos los libros de filosofía, o al menos los buenos libros de filosofía, me ha llevado a hacerme mil y una preguntas. Lo de responderlas ya es otro tema, claro. Pero al menos me ha motivado para que leyera cosas sobre la conciencia: he estado trabajándome a Searle (el de "la habitación china"), he descubierto a Glenberg, he releído a Nagel y al propio Dennett, y he visto con otros ojos a Damasio. También he descubierto algunos buenos sitios en Internet, como Conscious Entities. No sé si “Dulces Sueños” me habrá resuelto todas mis dudas sobre la conciencia, pero por lo menos ha conseguido que aumente mi interés y, si quiera indirectamente, mi conocimiento acerca de este asunto.

Dicho esto, vamos al turrón. Reconozco que Dennett es uno de mis autores predilectos. Los que no tenemos las neuronas muy ágiles agradecemos que todo un señor filósofo tenga una prosa accesible y diáfana. Además, se trata de un filósofo que entiende de veras lo que es la ciencia y se posiciona a su favor, de nuevo un punto que hay que reconocerle porque no es muy común en los de su gremio. No sé si estas dos circunstancias habrán contaminado mi influenciable opinión, pero confieso que mi postura en cuanto a la concepción de la mente y de la conciencia coincide bastante con las cosas que he leído a Dennett. Que, de hecho, coincide a su vez (más o menos) con lo que propone Damasio, así que supongo que no estoy tan solo.
Dennett tiene una provocativa visión de la conciencia y de la mente, radicalmente materialista (monista), lo cual saca de sus casillas a muchos. En todos sus escritos se encarga de defender esa postura de forma vehemente y muy comprensible para los no iniciados en eso de los debates filosóficos. Sus argumentos suelen basarse, al contrario que los de muchos colegas suyos, en los descubrimientos de la ciencia experimental, que por lo general entiende e interpreta de manera correcta pero creativa. Con eso podréis haceros una idea de lo que vais a encontrar si leéis un libro de Dennett. Por cierto, él es muy consciente de que su punto de vista puede ser desilusionante. A ello se refiere cuando habla de la “ingrata tarea de explicar la magia”. Pero eso no nos va a detener, claro.

En “Dulces Sueños”, mi filósofo justiciero favorito vuelve a enfrentarse a ese gran problema que es la explicación de la conciencia, recopilando algunas ideas antiguas ya presentes en su bibliografía (véase, por favor, “La Conciencia Explicada”, de 1991), y actualizándolas al calor de los nuevos experimentos neurológicos.
Cobra especial importancia el concepto de la “heterofenomenología” como una necesidad para estudiar la conciencia. Cuando pretendemos explicar y describir nuestras sensaciones subjetivas, nuestra primera intuición es que éstas son intransferibles e inefables, ¿cómo me explicaríais con palabras lo que sentís cuando experimentáis el color rojo? (o ya como decía Nagel, ¿qué se siente al ser un murciélago?). Por eso muchos filósofos y psicólogos adoptan un enfoque fenomenológico, en primera persona, a sabiendas de que nadie sino el propio sujeto puede acceder a esa valiosa información. En “Dulces Sueños”, Dennett defiende un enfoque en tercera persona (heterofenomenológico), más próximo al propio de las ciencias naturales. ¿Hasta qué punto está justificada esa creencia en que nuestras experiencias son únicas e inaccesibles para cualquier observador externo? ¿No podrían nuestras sensaciones “engañarnos”, echando por los suelos nuestro esfuerzo por describirlas en primera persona? Los qualia, las sensaciones y experiencias personales, singulares, son por lo tanto una de las primeras víctimas en este combate por llevar la perspectiva racional al estudio de la conciencia. Y lo digo porque, en las posturas teóricas de muchos filósofos, psicólogos, y también en las teorías más “informales” que sostenemos la mayoría de las personas, la irracionalidad está construyéndose probablemente un refugio al que no renunciará fácilmente.

Una última cosa que me ha divertido de este libro es el repetido recurso a las metáforas y los “experimentos mentales” más famosos en la literatura sobre conciencia. Nos habla sobre los zombies, sobre los robots, nos cuenta la historia de Mary, la científica que no podía ver los colores, e incluso lleva hasta el límite esta conocida historia (“Robomary”, “Mary del pantano”, etc.).

Pues nada más, os recomiendo que leáis a Dennett. Si no os convence, al menos os divertirá un rato (ah, y en ese caso, haced el favor de contarme dónde flaquea, lo agradeceré).

Jóvenes Investigadores: Consejos de un Príncipe de Asturias para sobrevivir

Estos días se están organizando las V Jornadas de jóvenes investigadores en Bilbao (El Pez ya lo ha contado aquí). Pedro Miguel Etxenike, premio Príncipe de Asturias en Investigación Científica de 1998, nos ofreció unos consejos para sobrevivir en este duro mundillo. El Correo tomó nota de sus palabras, y yo os las copio-y-pego. Oído al parche, que no es tontería lo que dijo:

1- No hay que seguir a la novia: Ir a una ciudad detrás de la pareja o para estar cerca de la amatxu, no sirve; la universidad elegida debe producir admiración y respeto. No dudéis en preguntar a los que trabajan allí y aseguraos de que el director del grupo va a tener tiempo para vosotros.

2- Algo más que el cubo de Rubik: Hay que elegir un proyecto atractivo, que sirva de escaparate, a veces cuesta el mismo esfuerzo resolver un gran problema que el cubo Rubik.

3- Leer, pero no demasiado: No hace falta tener todo el conocimiento para empezar el camino. La investigación científica no busca entenderlo todo, sino descubrir cosas nuevas, realizar aportaciones.

4- Ser ambiciosos: Cuidado, sin ella sólo conseguiréis fracasar y demasiada puede provocaros frustración.

5- Qué mala es la envidia: Siempre habrá alguien mejor que tú. Aprende a disfrutar de las colaboraciones y los grupos de investigación.

6- Firmarán vuestros trabajos: Hoy en día, es básico ser conocido. Se consigue trabajando codo con codo con buenos científicos, cuando éstos dan crédito a tu trabajo. Ojo, al trabajar con los buenos, ellos firmarán vuestras publicaciones y podéis pasar inadvertidos. Es el efecto san Mateo, en su evangelio se dice 'al que tiene se le dará y al que no tiene incluso lo poco que posea se le quitará'.

7- Todo no es trabajar: Cuando os encontréis bloqueados, dedicaos a algo banal. La ciencia es creatividad y necesitaréis frescura para recibir la iluminación.

8- El arte de escribir: Los jóvenes cada vez sufren más cuando tienen que escribir. '¿No podemos contarlo?, me dicen los alumnos' Sin embargo, no hay mejor propaganda que conseguir que un lector recuerde quién ha escrito un artículo.

9- Hay que saber venderse: Las empresas buscan personas sociables que sepan hacer su trabajo interesante para los demás. Ser un erudito está bien, pero hay que comunicar lo que se sabe.

10- Cultiva buenos amigos: No es casualidad que casi todos los premios Nobel salgan de los mismos lugares.

11- Genios e imbéciles: Creed en vuestro criterio, pero sin olvidar la delgada línea que separa a un genio de un imbécil. El primero opina que sus ideas deben ser válidas para todo el mundo; el segundo también.

Estoy bastante de acuerdo con alguna de estas observaciones (que son obviedades también es evidente). Ahora, ¡a trabajar!