Sobre ensuciarse las manos y curar la depresión

Retomo la redacción de articulillos después de este largo paréntesis de inactividad, ejem. Y lo hago con una noticia un poco atrasada pero creo que interesante. ...De cómo una bacteria insignificante puede ayudarnos a superar una depresión.

Muchas veces hemos oído o repetido eso de que “la mente domina el cuerpo”. Si me tengo que poner un poco riguroso, diría que no veo tan clara la verdad de esa afirmación. Para empezar, me echa un poco para atrás la mera distinción entre mente y cuerpo, tal vez popularizada con esa, por lo demás afortunada, metáfora del hardware y el software. Pero en cualquier caso, me parecería más plausible que fuera el cuerpo el que dominase la mente, más que al revés. Por eso no me sorprendo cuando problemas de índole aparentemente mental (espiritual, dirían algunos) parecen encontrar un alivio evidente mediante cambios orgánicos, químicos. La depresión es uno de esos casos en los que la conexión entre los sentimientos, el mundo “mental”, y el cuerpo orgánico se hace más evidente. Por eso me interesa tanto. Al fin y al cabo, y aun a riesgo de que algunos me acusen de exagerar, ¿qué proceso es más nítidamente “corporal” que una emoción?

Al grano. Sabemos que la depresión, patología considerada como del ámbito “mental”, está muy relacionada con aspectos químicos y anatómicos del cerebro. Por ejemplo, se ha comprobado que los niveles de serotonina tienen un papel crucial en la enfermedad. La modificación artificial de estos niveles puede producir los cambios previstos en el estado de ánimo: pesimista y negativo cuando este neurotransmisor escasea, más optimista cuando se eleva su cantidad. Hay incluso cierta evidencia a favor de que la propia depresión esté provocada por un déficit de serotonina.
Pues bien. Unos investigadores de la Universidad de Bristol y del London University College descubrieron que unos pacientes tratados con una bacteria común (Mycobacterium vaccae) experimentaron una mejora en su calidad de vida. Es un tipo de microorganismo inocuo, presente en la tierra y en la suciedad. Uno con el que solemos tener contacto cuando paseamos por el campo o nos sentamos en el suelo, pero que nuestras modernas medidas de higiene suelen mantener a raya.
C. Lowry, autor del trabajo, supone que la bacteria provoca la activación de un grupo neuronal que es el productor de serotonina. Por supuesto, si se investiga el mecanismo por el que esto sucede, será posible fabricar algún medicamento que produzca el mismo efecto que la infección bacteriana sobre las células productoras de la serotonina. Aun así, está bien reparar de vez en cuando en que los efectos de una infección bacteriana no tienen por qué ser totalmente negativos.
Inevitablemente, me acuerdo de lo que muchas veces nos han contado los expertos en infecciones humanas sobre nuestra creciente vulnerabilidad a ciertos patógenos comunes. El argumento es el siguiente: nuestros cuidados hábitos de higiene, si bien nos protegen frente a algunas amenazas, nos sensibilizan frente a otras muchas. La gente que vive en el campo toma contacto con cientos de microorganismos distintos y su maquinaria inmunológica está bien entrenada. Una segunda consecuencia de los hábitos higiénicos modernos que podríamos añadir ahora a este relato es que nuestros cuidados nos mantienen alejados de algunos microorganismos cuyo efecto podría ser benéfico.
Desde luego, no voy a sugeriros que, si un día os sentís apenados, os tiréis al suelo a jugar con el barro. El caso es que, pensándolo bien, hay cierta probabilidad de que esta actividad tan infantil y despreocupada os levante el ánimo, si la practicáis el tiempo suficiente. Esté la bacteria de por medio o no. :-)

Más información en http://www.eurekalert.org/pub_releases/2007-04/uob-gdm033007.php