De nuevo me dispongo a tratar en Psicoteca un tema de actualidad, cosa que no suelo hacer a menudo. Me entristece observar con qué recurrencia el más deleznable racismo sobrevuela las portadas de diarios y los blogs, como ocurrió en el caso del reciente post “Watson contra Watson”. Y si es desagradable ver cómo las tentaciones racistas contaminan las palabras y las opiniones de un brillante científico, peor todavía es cuando esa misma xenofobia se alía con la testosterona y la estulticia para derivar en un acto violento. Hace sólo unos días y tan cerca como en Barcelona, en un tren de cercanías, un animal se entretuvo en maltratar salvajemente a una niña que viajaba en el mismo vagón, por el mero hecho de ser extranjera y estar cerca. Desde que el suceso se hizo público, una grabación en vídeo de la agresión se ha repetido con una saña morbosa cada media hora, en todos los telediarios y en Internet. Y en este tiempo no han parado de oírse voces y comentarios y “yopiensodequés” respecto al asunto, revelando en nuestros periodistas, políticos y tertulianos opiniones a veces menos racionales de lo que nos gustaría.
Pero mi post irá dedicado a otra persona que también iba en ese tren y a la que, desgraciadamente, se ha metido de lleno en el feo asunto. Durante toda la secuencia de la agresión, se puede ver en el vídeo a un joven en su asiento, observando la escena de reojo, sin atreverse a hacer nada. En los medios, no se han ahorrado adjetivos gruesos para calificar la actitud de este testigo que vio y no tomó partido. Desde las cómodas sillas en las redacciones de los periódicos y las sesiones de tertulia radiofónica es muy fácil denunciar la cobardía ajena, apresurándose a manifestar, por si cundía la duda, que uno mismo que habla, ahí donde le ven, no habría dudado en encararse con el nazi malote, hinchando el pecho para ponerle en fuga. Incluso he sabido de quien, desde instancias políticas, cargó las tintas en la actitud del testigo (“propia del nazismo”), por encima de la del racista (“delincuente”). A eso le llamo mesura. En fin, y, ¿qué queréis que os diga? A estas alturas de la película, como psicólogo, sospecho mucho cuando una persona “normal” asegura que “yo, en su lugar, habría actuado de otra manera”. Y sospecho porque la evidencia científica suele ponernos a todos en nuestro lugar, sin miramientos y a costa de nuestra autoestima. Yo lo llamo el efecto “yo no lo haría”, aplicable a un buen número de experimentos desasosegantes sobre la obediencia, el conformismo, la influencia de la autoridad… Y que también podemos reconocer en el tema de la “conducta prosocial”.
La conducta prosocial (la ayuda desinteresada al prójimo, aun a costa de la propia comodidad o seguridad y sin obtener una recompensa evidente) ha sido estudiada ampliamente desde la psicología social, ese gran terreno de lo contraintuitivo y sorprendente. Es obvio que a veces las personas exhibimos una conducta prosocial y a veces la reprimimos, y nos conviene investigar en qué situaciones tendemos a hacer una cosa u otra. Podría decirse que el interés sistemático por el asunto se inauguró en su forma actual gracias a sucesos muy sonados y de repercusión mediática, como el caso de Kitty Genovese estudiado por Rosenthal. En 1964, la joven Kitty Genovese fue asesinada en el portal de su casa en Nueva York. Durante más de 30 minutos, Kitty gritó pidiendo auxilio, mientras se movía desesperadamente intentando esquivar las cuchilladas. Finalmente, el asesino culminó su violación y asesinato bajo la atenta mirada de 38 vecinos que para entonces se asomaban horrorizados a sus ventanas. Ninguno de ellos bajó a ayudar, y sólo llamaron a la policía una vez que el agresor desapareció. Es fácil sentirse indignado al escuchar la infame historia de este asesinato, y culpar a los vecinos por su indolencia irresponsable. ¿Cómo pudieron quedarse ahí parados? Latané y Darley (1962) intentaron responder a esta cuestión bajo la valiente premisa de que los testigos que niegan el auxilio (que no muestran conducta prosocial) no son monstruos sin entrañas, sino personas corrientes como tú y yo, involucradas en una situación particular. Los experimentos de Latané y Darley, al estilo de los que se suelen plantear en la psicología social, se llevan a cabo en condiciones de máxima validez ecológica tipo “lo mejor del programa de la cámara oculta”, así que imaginaos la situación: los experimentadores reclutan a un grupo de participantes a los que se paga por rellenar una encuesta de cualquier tema. Una chica guapísima se encarga de repartir los cuadernillos con las preguntas. Mientras el participante responde a la encuesta, la chica se retira a la oficina contigua y, al cabo de un rato, empiezan a oírse ruidos y gritos: “¡Socorro, me he caído, ayuda!”. ¿Qué haría cada uno de vosotros en esta situación? El experimento demuestra que todo depende de las condiciones en las que tenga lugar la petición de ayuda. Cuando los gritos sorprenden al participante solo en la habitación, sin ningún otro testigo, la tendencia a iniciar la conducta prosocial es mayoritaria. El 85% de los participantes entraron en la oficina dispuestos a socorrer a la supuesta accidentada. La cosa cambia cuando el número de testigos aumenta. Si el participante se ve rodeado de otras varias personas que oyen los gritos pero no asisten a la víctima, lo más probable es que no haga nada (con cuatro espectadores, sólo el 30% acude a la llamada). Latanté y Darley explican este comportamiento en términos de difusión de la responsabilidad. Uno mira alrededor y siempre piensa que ya habrá otro espectador que tome la iniciativa. ¿Por qué lo voy a hacer yo primero, y no otra persona? Y se queda paralizado por la indecisión. Cuando mi explicación llega a este punto, surge la actitud defensiva del “yo no lo haría”. Estimado lector, seguro que estás pensando que tú eres diferente y que no dudarías en echar una mano desinteresada en un caso como el relatado. Pero la estadística es tozuda, y en este caso se empeña en mostrarnos una de las caras más feas de nuestra naturaleza humana. Los participantes del estudio no eran monstruos sino personas corrientes como cualquiera de nosotros y, lo siento, los números no mienten tampoco esta vez. Hay una gran probabilidad de que, si cualquiera de nosotros se viera envuelto en una situación como la relatada, habríamos actuado como la mayoría de los sujetos del estudio. Aunque no nos guste admitirlo.
Todavía no hemos hablado de por qué mostramos esta negación del auxilio ("Bystander effect")), y la hipótesis explicativa de la Psicología Social nos retrata de una manera ciertamente desagradable. La clave de todo es el miedo. El miedo al juicio de otras personas, a la desaprobación. Y a eso le llamamos a veces pudor. Latanté y Darley presentan un modelo con varios pasos sucesivos en el proceso de la prestación de ayuda, y resaltan cómo el miedo a la desaprobación general puede desbaratar la conducta prosocial.
El primer paso consiste, como es obvio, en advertir la petición de auxilio. Se ha comprobado en diversos estudios cómo muchos individuos aseguran no haberse percatado del incidente, cuando se les pregunta una vez que ha pasado. La atención se dirige a otro lugar, desviamos la mirada, aceleramos el paso… ¿Quién no ha hecho algo parecido alguna vez, ante la mano extendida de un mendigo?
El segundo paso, siempre que se haya advertido la petición de auxilio, implica interpretar esa situación como una emergencia. Las situaciones son a veces tan ambiguas que permiten varias interpretaciones divergentes. Hay un hombre tendido en el suelo. ¿Está dormido, herido, muerto, borracho? A veces la ambigüedad se soluciona delegando la interpretación en otros espectadores. Si los demás testigos ayudan, es probable que me sume al carro con ellos. Si observan pasivamente al incidente, seguramente los imitaré y me cruzaré de brazos. Pero, ¿qué nos da miedo? Pues ¡el ridículo, la vergüenza! Interpretar una situación como una emergencia cuando no lo es supone momentos embarazosos, “meter la pata”, sobre todo si todos los demás espectadores demuestran con su pasividad no haber hecho la misma interpretación. Veamos, camino por la calle y me encuentro con una pareja discutiendo acaloradamente, hasta el punto de que a él se le empieza a ir la mano más de la cuenta. Alarmado, dudo entre salir en defensa de la mujer o dejarlo estar. ¿Y si es la propia mujer la que afea mi conducta diciendo que “no es asunto mío”, y que les “deje en paz”? ¿Y si “parece” que la cosa está poniéndose violenta pero en realidad no es así? Quedaría en muy mal lugar y sería juzgado severamente. Observo a una oronda señora que está a punto de tropezar por la calle y dejarse los morros en la acera. Paralizado, las dudas me corroen. Si me acerco y la sujeto por la cintura para que no se caiga, ¿reaccionará de mala manera, insinuando lascivas intenciones por mi parte? A veces, de todas las posibles interpretaciones de la situación, nos quedamos con una muy poco convincente por pura conveniencia. Takooshian y Bodinger (1982) simularon cientos de robos en coches en la vía pública. Los transeúntes que no movieron un dedo manifestaron no haber interpretado la situación como un robo. Pensaban, por ejemplo, que el dueño del coche había olvidado las llaves dentro y por eso pretendía forzarlo. Cuando una explicación nos conviene, la compramos. Autojustificación, se llama la figura.
El último paso de todos es el de asumir la propia responsabilidad para actuar, cuando la situación está tan clara que no hay margen para el autoengaño. En este momento, la presencia de otros espectadores tiende a diluir la responsabilidad, como ocurría en el experimento anteriormente relatado o en el caso de la desdichada Kitty Genovese. Se han documentado en los espectadores que optan por no ayudar toda una serie de síntomas de ansiedad que delatan su dolorosa indecisión: sudores, temblor, balbuceos… No es nada fácil quedarse ahí mirando, pensando si se actúa o no.
Antes de finalizar este extenso post me gustaría oponer, como contrapartida, algunas circunstancias en las que la tendencia al auxilio se ve favorecida. En primer lugar, es evidente que las situaciones bien definidas, sin ambigüedad, no permiten una interpretación en términos de “escaqueo”. En segundo lugar, cuando la persona necesitada de auxilio es conocida y apreciada, también es probable que la conducta prosocial llegue a expresarse. En ocasiones, no es necesario ni siquiera que el “buen samaritano” y el auxiliado se conozcan, basta con que haya algo que favorezca la empatía entre ellos. Es más probable ayudar a alguien con quien compartimos alguna experiencia relevante, como por ejemplo estudiar la misma carrera, o mejor aún, haber sufrido anteriormente el mismo tipo de situación por la que ahora se requiere la ayuda (una mujer que fue violada está más predispuesta a colaborar con nuevas víctimas de violación). En último lugar, supongo que las personas que conocen cómo funcionan estos mecanismos de tendencia a la negación de auxilio, por ejemplo, por haberlos leído en este artículo, estarán más preparadas para reconocerlos cuando se inicien en ellos y detenerlos a tiempo. O eso me gusta pensar.
Y ahora sí, para acabar definitivamente, me quiero despedir con algo mucho más edificante. Ya estoy harto de hablar de nuestras miserias humanas. Quiero recordar a los “campeones de la conducta prosocial”, a los que participan en acciones de voluntariado por el simple deseo de ayudar a otros, o también a los que, de manera inesperada cuando acontece alguna catástrofe o accidente, no se lo piensan dos veces y se lanzan a socorrer a completos desconocidos. Me siento mucho más seguro en el mundo cuando caigo en la cuenta de que el género humano contiene alguno de estos individuos admirables.
Enlaces
La imagen está alojada en la Universidad de Wisconsin.
Editado el 04/11/07: Añado un link al artículo completo (en PDF) de Darley y Latane al que hago referencia en el post:
Darley, J.M., & Latané, B. (1968). Bystander intervention in emergencies: Diffussion of resposability. Journal of Personality and Social Psychology, 8, 377-383.
19 comentarios:
Todavía no he oído a nadie que se haya puesto en su lugar y contase lo que le pasaba por la cabeza...
...El sesgo actor-observador. La gente ve el comportamiento de este chico y lo atribuye a variables internas, a su personalidad. Si ellos estuvieran en el mismo lugar darían más peso a las variables situacionales y se disculparían.
Recuerdo cuando estudiamos esto en segundo de carrera. Fue cuando comprendí que la calle llena de gente a pleno día no era garantía de que nadie te fuese ayudar. Rodeado pero sólo ante el peligro, jeje. Bueno yo tb exagero un poco, tpoco es así del todo.
Será de las pocas cosas que no me he creído al estudiarlo a pesar de haber experimentos que lo demostraban.
Sin embargo la experiencia personal al final le dió la razón a Burón.
Recuerdo que un día llegué a clase y se lo dije: oye, que tienes razón, mira me ha pasado esto...
Aunque dadas las condiciones adecuadas la gente sí que suele echar un cable. Cuando la emergencia es clara, y lo ves tienes muchas posibilidades de ayudar.
Una noche ayudamos a un hombre que estaba contra la acera y sangrando por la cabeza. Pero ahí pocas dudas había de que no fuera una emergencia :(
A mi me llamó la atención el ejemplo del tren ¿será cierto?
Si estás en un tren de cercanías por ejempo por la mañana al ir a trabajar, hay un cierta empatía entre todos los viajeros. Todos son gente que va a trabajar. Se supone que lo suficiente como para ayudar a los demás. Si te pega un chungo y caes al suelo en un tren tienes más probabilidad de ser ayudado que si te caes en la calle.
Y mucho menos si te caes en una calle chunga, y vas mal vestido. Esto favorece una interpretación por parte de los demás que no le beneficia en nada al accidentado.
¿Había tb experimentos con esto?
Oye, ¡buen post!. Muy actual y oportuno.
De todos modos en el ejemplo de Barcelona, lo que seguramente se le paso por la cabeza al testigo era no hacer nada para que no le pegase el maleante a el tb.
Que es otra razón (la más evidente además por sentido común), no ayudar para no ponerse en peligro uno mismo o no recibir perjuicios.
Sí desgraciadamente noticias como éstas invanden la prensa de corte nacional e internacional. Es como los policías que salvajemente entran en los guetos marginados por ejemplo de la etnia gitana para desalojarlos de sus viviendas utilizando un arma arrojadiza como la violencia, manipulados entre otros momentos siempre por superiores. Esta etnia se defiende como puede a su manera.
En la India como sabéis por poner un ejemplo el exceso de población ha producido que empresas privadas gestionen el tema de la vivienda en poblaciones con alto índice marginación.
La actitud pasiva del protagonista es producto de una mala educación y moralidad y los observadores no tienen porque utilizar también la violencia entre todos los que allí había alguna llamada de atención sobre este individuo que pienso normalmente es muy débil que cree utilizar su superioridad y encima los de alrededor le respaldan.El tema de las violaciones que vecinos observan tal situación sin hacer nada o maltratatos en plena calle, cualquier hecho violento nos debería alertar que tal suceso no va por buen camino y como que no actuar? con esta situación estás ayudando que ante tu presencia y las de otros el acosante ande por este mundo a su antojo. Así sigue pasando lo que sucede y después el tema de la justicia otro hecho a discutir. A los dos días en la calle vivimos en un mundo de paranoicos o la justicia ha perdido los valores como tales.
Alegría de vivir: La actitud pasiva del protagonista es producto de una mala educación y moralidad
No estoy de acuerdo. No tiene que ver con la educación ni con ser una mala persona, o al menos creo que una persona culta y bondadosa puede reaccionar de la misma manera que este hombre del vídeo. Como muestran las investigaciones, uno puede estar deseando ayudar pero no lanzarse a la acción por otras razones. Más específicamente, por la inercia del miedo al juicio de los demás.
Este chico, si te fijas, ni siquiera se queda mirando hacia el agresor y su víctima, sino que, llamativamente, sigue con la mirada perdida en otra dirección. Está quedándose en el primer paso del modelo de Lantané y Darley, prefiere mirar a otro lado porque no se decide a actuar. "¿Y si resulta que son una pareja de novios y me echan la bronca por meterme donde no me llaman?", podría estar pensando, o cualquier otra excusa absurda que se te ocurra. Cuando tenemos miedo, cualquier interpretación del suceso en una clave que nos convenga nos parece oportuna, aunque vista desde fuera sea ridícula.
No cometamos el error, cometido ya por ciertos tertulianos y políticos, de creernos superiores al testigo de este suceso. Habría que ver si no reaccionaríamos igual que él.
Añado, por cierto, que este testigo está pasando por un calvario si cabe mayor que el del energúmeno culpable de la agresión, ya que le reconocen por la calle y le llaman de todo. Alguien en los medios de comunicación tenía que haber respetado su anonimato.
Gracias me informaré más sobre las reacciones que provocan del miedo al no actuar, es muy interesante.
El miedo es una característica inherente a la sociedad humana: está en la base de su sistema educativo (que, como expuso de manera radical Skinner, en buena medida se define por el esquema básico del premio y del castigo) y es un pilar del proceso socializador . Buena parte del sistema normativo se fundamente en el miedo, como muestra el Derecho Penal.
Desde el ámbito de la ciencia política y la filosofía el miedo se ha identificado como una de las características de la sociedad postmoderna. Ulrich Beck la denomina risikogesellschaft (sociedad del riesgo) en la medida en que es ahora el momento en que por primera vez la especie humana se enfrenta a la posibilidad de su propia destrucción y extinción.
Hola, Gilgamesh.
Me ha parecido un post genial.
Saliéndome un poco del tema, me ha chocado la repercuisón de esto en los programas del corazón y telebasuras varias. Es el morbo, creo yo.
Me preguntaba qué es el morbo y por qué somos tan morbosos, y quería pediros a alguien de este blog un artículo sobre el morbo, si os parece interesante y os apetece.
Saludos cordiales.
"Buena parte del sistema normativo se fundamente en el miedo, como muestra el Derecho Penal"
Buena conclusión. De hecho en la asignatura de intervención conductual
hacen referencia a las normas.
Y en tb en psicología de empresa, a las normas escritas y a las no escritas pero asumidas por aceptación social.
"¿Y si resulta que son una pareja de novios y me echan la bronca por meterme donde no me llaman?"
Muy cierto, una posibilidad.
"(que, como expuso de manera radical Skinner, en buena medida se define por el esquema básico del premio y del castigo)"
Y en este caso, aunque hubiera interpretado bien la situción, puede ser el miedo a que lo golpeen o le claven una navaja o similar lo que le motive a ignorar la escena.
Que por otra parte es la interpretación que a primera vista le puede parecer más evidente a cualquiera.
O puede que una mezcla de ambas. Es decir, que el miedo a actuar le lleve a autoconvencerse de que igual "no es lo que parece y se mete donde no le llaman".
O simplemente, el chico este piensa que mejor la chica golpeada que él, y no tiene reparo en verlo así.
Las posibilidades son muchas.
Pero en una cosa estoy de acuerdo con Fernando, y que además es uno de los mensajes principales del post (creo yo vamos). Y es que desde nuestro sillón de casa frente a la TV, es muy fácil juzgar al testigo. Sin embargo, según pruebas hechas por algunos ivestigadores, en una situación así la mayoría de nosotros puede que hubiésemos actuado igual.
Es cierto que no todo el mundo, pero sí una buena parte. Sin embargo, si preguntamos, seguro que hay muchas personas que opinan que ell@s hubieran actuado.
Es un modesta opinión, la violencia trasladada a las aulas el diálogo, el afecto y la comprensión hacia el discente
conflictivo
mejora la confianza
en este proceso de intercambio de opiniones que se entabla entre los dos y la solución por mejorar debe trasladarse también a las familias.
Es el denominado Bulling.
Y las creencias, los pensamientos, la conceptualización se aprenden a lo largo del proceso de socialización de los seres humanos y en ese proceso, la escuela se presenta como uno de los tres pilares esenciales.
Perdonad mi atrevimiento.Esta violencia debería trasladarse también al entorno social.
que no se vuelva a repetir tal suceso son los reformatorios con especialistas bien formados que logran una actitud de culpa que debe antec
Las 3 últimas líneas no entraban dentro de mis comentarios no estoy del todo de acuerdo perdonad si me lanzo demasiado.
todavia existen los conductistas?... crei que habian renunciado a la psicologia y se habian ido al circo a amaestrar leones y chimpances.
Anónimo de las 06:53:
Hombre, conductistas, lo que se dice conductistas, pues no. Supongo que nadie hoy en día plantea la inexistencia, o la inconveniencia de estudio, de un nivel representacional en la mente. Que de eso se trata al fin y al cabo. Por eso nos llaman psicólogos "cognitivos" aunque los haya de muy variado pelaje. Incluso en la terapia de modificación de conducta se tienen en cuenta todas esas "expectativas", "deseos" o "creencias" que a los conductistas radicales (los que hubo) les habrían hecho brotar granos por considerarlos conceptos no abarcables científicamente.
A aquellos conductistas les debemos mucho de nuestro conocimiento actual, y sus investigaciones no han sido desechadas aunque su programa científico haya sido reformulado drásticamente. Por suerte, hoy sabemos más que hace 80 años.
Por cierto, tampoco creo que este blog tenga una orientación en absoluto conductista. Toma por ejemplo este post, que es pura psicología social.
PD: De todas maneras, olvidé decirte, haces mal en menospreciar el trabajo de los conductistas. Si no fuera por ellos tal vez seguiríamos trabajando con el estéril método introspectivo y poco más (Ebbinghaus y alguna otra tradición europea se salvarían).
Además, yo sospecho que fue la presión que ejercieron contra los conceptos mentalistas la que obligó a los psicólogos de los años 50 a empezar a esforzarse y ponerse las pilas realmente para salir del agujero. La nueva psicología cognitiva entró con tanta fuerza precisamente como reacción a un esquema agotado del conductismo.
gilgamesh, muy buen post. No sabía nada sobre este tema y ha sido muy ilustrativo.
En cuanto al que se queja del conductismo, tendría que agradecerle a los que lo iniciaron el que la psicología no iga anclada a la filosofía y, sobre todo, el impulso empirista que dieron los conductistas a las psicología y abandonar en la medida de lo posible la introspección. desde luego, el enfoque conductista hoy no es válido, pero como tampoco lo es el psicoanalítico y se sigue empleando (y mucho).
Lo dicho, excelente post.
Gran entrada, Gilgamesh, de las que más me han gustado de Psicoteca.
Sin tener una relación directa con el fenómeno del tren de Barcelona, y enlazando con lo comentado por Héctor, también recuerdo cuando nos explicaron el experimento de Stanley Milgram sobre obediencia a la autoridad, porque causa la misma sensación contradictoria de: "esto no puede ser, pero lo dicen los datos..."
Recomiendo este fantástico corto sobre el tema:
http://www.movingimage.us/science/sloan.php?film_id=214
Está en un inglés muy comprensible.
Un saludo.
Un perro madrileño:
Efectivamente, todo el mundo piensa en Milgram cuando oye esta historia y cuando menciono al "efecto yo-no-lo-haría". Es una de las enseñanzas más útiles que he sacado de la Psicología Social.
Cuando digo que estudiar psicología te aporta cierta madurez me refiero a cosas como esta. Todos caemos en los mismos errores, está en nuestra naturaleza... ¡sólo que nosotros somos conscientes de ello! ;-)
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