La revolución “corporeizada”

Blogging on Peer-Reviewed ResearchEmpezamos bien, inventando “palabros” o recurriendo a traducciones un tanto carpetovetónicas como la del título del post, pero no se me ocurre nada mejor, y creo que no hay más remedio que recurrir a terminologías un poco extrañas cuando uno se introduce en un campo de estudio relativamente novedoso y no tiene mucho conocimiento aún.
Han pasado ya algunos meses desde que leí el influyente artículo de A. M. GlenbergWhat memory is for” [“Para qué sirve la memoria”], que en realidad ha cumplido ya la friolera de diez años (desde su publicación en Behavioral and Brain Sciences en 1997). A través de dicho trabajo, empecé a tomar contacto con una nueva (para mi bisoño punto de vista) forma de abordar el estudio de la mente humana, con un énfasis muy especial en su dimensión corporal y ambiental, y bien enmarcada en la selección natural y la evolución biológica (¡bravo!). Hoy podríamos llamar a esta perspectiva “embodied cognition” (¿cognición “corporeizada”?), y de ahí ese palabro extraño en el título del post. Aquel paper gozó del no tan usual honor de suscitar toda una avalancha de comentarios, críticas y otras reacciones de numerosos personalidades en la psicología cognitiva (recuerdo especialmente un comment del gran Manuel De Vega). Hasta tal punto que estos comentarios acabaron ocupando en la revista una cantidad de páginas muy superior a la del artículo original que los provocó. Entonces, así es como se me presentó, cuando la conocí, la perspectiva de la embodied cognition, envuelta en la polémica. Debo decir que las respuestas de Glenberg a aquellas críticas me parecieron juiciosas y bien argumentadas… ¡al menos tanto como las propias críticas cuando las leí en primer lugar! Pero eso es lo más divertido.
Desde aquel día he estado leyendo frecuentemente acerca del asunto, y puedo decir que, finalmente, el revuelo inicial ha acabado calmándose en gran medida, y la embodied cognition se ha convertido en un campo con cierta estabilidad (link al laboratorio de Embodied cognition de Glenberg), fértil en investigaciones e imaginativo en sus propuestas, si bien el sano escepticismo sigue muy presente en la comunidad científica. En este post me gustaría contaros algunas cosas muy básicas sobre el tema, sólo como introducción, y mencionaré un par de experimentos que me parecen reveladores.

Para que no os perdáis en vuestra iniciación a la perspectiva "corporeizada", os sugiero que, si os veis con ganas, probéis a leer el mencionado artículo de Glenberg. Pero otros autores, viendo el desordenado panorama, se han propuesto escribir sus respectivas guías para orientarse en el campo. De todas ellas (que he leído unas cuantas), recomiendo una de Margaret Wilson (2002; “Six views of embodied cognition”), aunque conviene también detenerse en las cosas que ha escrito Michael L. Anderson. Estos autores suelen proponer una base mínima de unos pocos puntos que definen el campo de lo que llaman embodied cognition, y por lo general coinciden en sus elecciones, así que a ellos remitiré en caso de duda. Bien, ¿qué es lo que define la perspectiva de la embodied cognition?

1. La cognición humana (y animal) sucede en un entorno físico, real, tridimensional, no en el idealizado entorno de la memoria de un ordenador. A veces, según dicen los partidarios de esta perspectiva, los científicos que estudian los procesos cognitivos llevan demasiado lejos su tendencia a abstraer y estilizar su propia materia de estudio, y olvidan que cualquiera que sea el proceso mental que esté teniendo lugar, éste debe materializarse finalmente en el ambiente natural, con todas sus restricciones temporales y espaciales. Esto es tanto como decir que la cognición humana está “situada”. Hay también una consideración que podríamos llamar “ecológica”: el ambiente que rodea al organismo ha de ser también una parte del sistema cognitivo, a la que hay que tener en cuenta para comprender el proceso total.

2. La cognición está orientada a la acción. El artículo mencionado de Glenberg es interesante porque no aborda la cuestión del estudio de la memoria desde un punto de vista estructural, sino funcional, lo que se resume muy gráficamente en ese provocador título, “Para qué sirve la memoria”, toda una declaración de intenciones. Y, según Glenberg, la memoria (como toda la mente) sirve para, en último término, llevar a cabo acciones. Es la función, se supone, de todo el sistema cognitivo: permitir al organismo realizar determinadas acciones para continuar con o mejorar las posibilidades de su supervivencia.
Pero hay más. Esas acciones se van a llevar a cabo con un cuerpo que tiene determinadas características anatómicas y físicas, y en un ambiente también caracterizado por ciertos elementos relevantes para el ejercicio de la acción. El ambiente en el que se desarrolla la acción y el cuerpo de quien la realiza imponen unos límites, unas restricciones muy claras al sistema cognitivo que determina la acción, y así enlazamos con el punto 1.

3. La cognición está basada en el cuerpo. Por ejemplo, las conceptualizaciones que hacemos surgen de las interacciones –corporales- con el mundo que nos rodea. Las razones para abordar este punto de vista son variopintas, desde las evolutivas hasta las filosóficas (que se refieren, por ejemplo, a la peliaguda cuestión de los significados de los objetos cognitivos, supuestamente simbólicos). No voy a entrar en ellas porque luego voy a dar un par de ejemplos.

4. Nunca hay que perder de vista la cuestión evolutiva. Si nuestro sistema cognitivo es de la manera que es, tendremos que justificar la razón de que la selección natural nos haya llevado hasta ese punto, o al menos tener en cuenta la historia evolutiva humana. Es una directriz tan obvia que su (frecuente) olvido por parte de muchos investigadores me parece inexcusable. Tal vez se olvida precisamente por ser tan obvia…
El caso es que la cognición humana ha tenido que evolucionar en un ambiente determinado, con unas características determinadas. No sería extraño que encontrásemos la huella de esas características particulares del ambiente (tridimensionalidad, leyes físicas…) en nuestra cognición (con lo que se vuelve al punto 1).

Todas estas ideas relacionadas se juntan y se mezclan en una olla, formando una intrincada red, y ofreciéndonos la siguiente visión: un sistema cognitivo que ha evolucionado gracias a la selección natural para desenvolverse mediante interacciones con el entorno, de manera que las propiedades del entorno y del cuerpo que interactúa con él constituyen las restricciones y los condicionantes de las propias metas y funcionamiento del sistema cognitivo.

Para entenderlo (sé que hasta ahora ha quedado un post un poco oscuro), recurriré a un ejemplo ilustrativo. ¿Qué es una silla? El problema de la categorización y la creación de conceptos ha sido una pesadilla para psicólogos, filósofos y especialistas en inteligencia artificial. Adoptemos una aproximación “de condiciones necesarias y suficientes”, como los escritores de un diccionario. No importa cuánto nos esforcemos en buscar una definición muy precisa y universal de lo que se supone es “una silla”, porque siempre será posible encontrar un objeto que no encaje en la definición (para el autor del diccionario y el robot, claramente no es una silla) y que, sin embargo, sea reconocido sin dificultad como tal por parte del sistema cognitivo humano, cuando no ocurre el caso exactamente opuesto. ¿En qué nos basamos para decir que un objeto que percibimos con los sentidos es, a efectos de las acciones que vamos a realizar con él, una silla? Antes de responder, consideremos que se trata de un problema en el que intervienen varias funciones aparentemente diferenciadas del sistema cognitivo: la ya mencionada percepción (de los estímulos visuales que conforman el objeto avistado), la memoria (para reconocer ese objeto percibido como un elemento relacionado con los anteriormente experimentados), etc. Glenberg afirma que todo este sistema conceptualizador está guiado para un fin: la acción (punto 2), de una manera que, por cierto, recuerda a las affordances de Gibson. Por ejemplo, vemos un objeto pesado, con estabilidad, como de un metro de alto y con una superficie plana bastante ancha en su parte superior, y nos preguntamos ¿qué tipo de acciones podríamos realizar con él? Entra en juego nuestro cuerpo: “dados mi tamaño, agilidad, flexibilidad y grado de cansancio actuales, podría sentarme en la superficie plana en la parte superior de ese objeto”. Si puedo sentarme en el objeto percibido, ese objeto será una silla. Imaginemos qué ocurriría si nuestro cuerpo fuese algo diferente, por ejemplo, si fuésemos niños pequeños, no lo suficientemente altos ni fuertes como para sentarnos sobre el objeto. Probablemente, nuestra categorización de ese mismo objeto sería diferente, y todo por el tipo de interacciones ambientales (¡y corporales!) que podemos llevar a cabo con él. La conceptualización basada en la acción corporal es flexible, variable de una situación a otra. Una persona cansada se sentará en la “silla”, otra que no necesite descansar no lo hará, pero tal vez inicie una interacción totalmente distinta con el mismo objeto (como usarlo para dejar la ropa encima). Es una perspectiva provocativa e interesante, aunque hay quien no la encuentra realmente novedosa.
Aunque he puesto un ejemplo bastante dudoso y tontorrón de categorización (digamos que para simplificar mi mensaje me he lanzado a la especulación desenfrenada), hay múltiples datos empíricos (psicológicos y también neurológicos) que sugieren que el cuerpo y las acciones corporales tienen un papel importante en muchos procesos cognitivos supuestamente “desconectados” del movimiento corporal. Un par de pildoritas y acabamos:
En primer lugar, está ese hecho tal vez un poco trivial y que muchos de nosotros hemos comprobado en primera persona, de que al imaginar cierto tipo de acciones, nuestro cuerpo “se desmanda” y parece seguir unas pautas de movimiento específicas. Si nos concentramos en imaginar con todo detalle un movimiento pendular, nuestros ojos parecen seguir el mismo recorrido oscilatorio. ¿Quién no se ha sorprendido en alguna ocasión, al leer una excitante novela, realizando algún tipo de movimientos con las manos o las piernas, relacionados con la narración? Es como si estos movimientos corporales nos ayudaran a sumergirnos en la historia, en cuerpo y alma (nunca mejor dicho).
Hay evidencia más intrigante. En un famoso experimento, Berkowitz y Trocolli (1990) pidieron a unas personas que evaluaran la personalidad de una persona desconocida y que fue presentada mediante adjetivos bastante neutrales, que podían interpretarse tanto positiva como negativamente. La mitad de los participantes escuchó la descripción del desconocido sujetando un lápiz entre los dientes sin tocarlo con los labios, lo cual obliga a los músculos de la cara a adoptar una posición parecida a la de una sonrisa (probadlo en casa). En vez de eso, la otra mitad de los participantes atendió a la presentación mientras mordía fuertemente una toalla, produciendo una mueca similar a la de una persona enfadada. Lo que los investigadores comprobaron es que, de una manera que recuerda a las primeras hipótesis sobre las emociones de James, las evaluaciones de los participantes fueron positivas cuando “sonreían” y negativas cuando “fruncían el ceño”. Los movimientos y los gestos corporales producen, por lo tanto, algún tipo de efecto sobre la conducta emocional.
Los experimentos sobre memoria espacial son también clásicos, y Glenberg se aprovechó de ello en su artículo de 1997. Si nos vendan los ojos y nos piden que imaginemos estar en el centro de nuestra habitación, mirando hacia la puerta, seremos capaces de dar bastantes detalles de la escena que estamos observando en nuestra cabeza. Si, a continuación, nos preguntan por la localización espacial de un objeto concreto dentro de esa habitación (si está a la derecha, o a la izquierda), nuestra respuesta será más rápida y certera siempre que nos permitan girar realmente nuestro cuerpo, como si estuviésemos en la habitación imaginada. El que este movimiento corporal nos ayude en la misión de recuperar información espacial de una escena imaginada nos sugiere que dicha escena está codificada en términos “corporales”.
Bueno, como resumen para empezar no está mal. Pienso que el campo de la embodied cognition es una oportunidad para leer muchas cosas apasionantes y para ejercitar nuestro escepticismo y sentido crítico. Además, el tema me atrae tanto que creo que escribiré otro día, con más detalle, sobre las ideas de Glenberg sobre la memoria. Cuando tenga tiempo, que últimamente os tengo abandonaditos.

Referencias
Glenberg, A. M. (1997). What memory is for. Behavioral and Brain Sciences, 20, 1-55 (link al PDF en la web del autor).
Wilson, M. (2002). Six views of embodied cognition. Psychonomic Bulletin & Review, 9, 625-636 (link al PDF en la web de la autora).

8 comentarios:

Anónimo dijo...

“Dados mi tamaño, agilidad, flexibilidad y grado de cansancio actuales, podría sentarme en la superficie plana en la parte superior de ese objeto”.
A mi lo que me parece un tanto escurridizo de esta teoría es la parte relacionada con la formación de conceptos por dos motivos que primeramente me vienen a la cabeza:
1.- En tu propia expresión que cito en el comentario primeramente has tenido que hacer una descripción previa del objeto, lo que para empezar hace entender que ya tienes conocimiento que sentarse en el respaldo es bastante complejo. Estás atendiendo a una forma concreta que implica unos conocimientos previos de que efectivamente eso es una silla y no un sillón.
2.- Relacionado con lo anterior, ¿qué cabría diferenciar una silla de un sillón en términos de "un tamaño, flexibilidad, agilidad y cansancio" corporales?

Aprovecho el comentario para decirte que los enlaces del post no acaban de funcionar. No sé si será un problema particularmío, pero dan error.

Carolus dijo...

Kassia dijo"Aprovecho el comentario para decirte que los enlaces del post no acaban de funcionar. No sé si será un problema particularmío, pero dan error."

(Carolus):
En efecto, no es un problemo sólo tuyo, creo que están mal.

En cambio , los enlaces de referencias sí, funcionan correctamente.

Saludetes
Carolus

Fernando Blanco dijo...

Gracias a los dos, creo que ya está arreglado lo de los enlaces. La culpa era de las comillas del código HTML. Cuando este está cortapegado desde Word, por alguna razón Blogger no reconoce las comillas.

Kassia: Me parece muy inteligente tu comentario. Supongo que los distintos teóricos de la embodied cognition darían respuestas diferentes a esas dos cuestiones. Yo te podría responder desde la postura de Glenberg:

1. Al percibir un objeto, sus propiedades físicas son capturadas por mi sistema cognitivo. Eso incluye su forma, tamaño, dureza… (Glenberg las llama propiedades proyectables). No somos ciegos a las propiedades del objeto que no son codificables en forma de acciones, aunque éstas son las realmente importantes de cara a lo que viene a continuación.
La memoria contiene información acerca de situaciones pasadas, interacciones pretéritas con objetos similares. Si me he sentado con anterioridad en un objeto que me recuerda al que tengo delante, las propiedades proyectables del objeto real se integran con la memoria para producir un patrón de acciones coherente, en el que influyen tanto las propiedades del objeto actual como la memoria de acciones pasadas, exitosas o no. Así, sé en qué consiste sentarse en un objeto, sé los movimientos que esta acción implica y las propiedades que debe tener el objeto en sí para llevar a cabo la acción.
2. Como dices, este punto está relacionado con lo anterior. Verás: las acciones que me permite realizar un sillón pueden ser parecidas, pero no idénticas a las que me permite una silla. Por ejemplo, una silla (hablo de sillas concretas observadas “aquí y ahora”, no de “prototipos”) puede ser lo bastante ligera como para moverla por la habitación, y un sillón suele tener reposabrazos y permitir que me recueste en su respaldo amplio, esas acciones caracterizan a unos objetos y no a otros. Y en esas acciones permisibles también influyen tanto mis propiedades corporales como la situación actual (ambas son fuentes de restricciones: si soy muy bajito tal vez no pueda sentarme en esa silla sin que me cuelguen los pies). Dado que los patrones de acciones que me sugieren uno y otro objeto no son idénticos, tampoco son idénticas las conceptualizaciones: mi conducta es distinta ante una silla y ante un sillón. Y en esto juega un papel la memoria, y hasta el lenguaje: por ejemplo, ante un sillón pronuncié en el pasado la palabra “sillón”, y es una conducta que no realicé en presencia de una silla.
Creo que lo más importante es que esta perspectiva de la conceptualización no consiste en la definición de “prototipos”, sino que se basa en una dialéctica entre la experiencia pasada y los objetos reales, individuales, observados “aquí y ahora”.

Uf, es bastante difícil expresar todo esto. Creo que voy a escribir otro post para contar con más detalle y desde el principio de qué va todo esto.

Esscarolo dijo...

Es interesante.
Muy curioso el experimento del lápiz y la toalla.

Anónimo dijo...

Perdonadme no tengo ni idea aprendo cada día de vuestras comentarios.
¿Para qué sirve la memoria?Una se solapa con la otra.
Primero la cognición humana, la información es captada por los sentidos, transformada de acuerdo a la propia experiencia en material significativo para la persona y finalmente almacenado en la memoria para su utilización.
Segundo, entorno físico real, el ambiente ecológico son consecuencia de las estructuras que generan injusticias y desigualdades entre los seres humanos.
Tercero, los seres humanos pasamos de estadios inferiores a estadios superiores que nos llevan a cambios biológicos y culturales para adaptaciones individuales y colectivas.
Imaginaros un triángulo, un lado sería el significante la cognición humana y el lado opuesto el entorno físico o real que daría lugar al extremo que queda que sería la base empírica llamada estructura que sería estructura corporal y ambiental.
El segungo triángulo, el significante sería la memoria funcional y el significado las acciones y la base empírica de la estructura la supervivencia del organismo.
Darwin en su libro, La expresión de las emociones en hombres y animales (1872) supuso que las respuestas faciales humanas evidenciaban estados emocionales idénticos en todos los seres humanos. Relacionaba la expresión de la emoción con otras conductas y a todas ellas las hacía resultado de la evolución; a partir de ahí intentó compararlas en diversas especies.

Sus ideas principales eran que las expresiones de la emoción evolucionan a partir de conductas, que dichas conductas si son beneficiosas aumentarán, disminuyendo si no lo son, y que los mensajes opuestos a menudo se indican por movimientos y posturas opuestas (principio de antítesis).


Teoría de James-Lange propusieron simultáneamente, pero de forma independiente, en 1884 una teoría fisiológica de la emoción. La teoría de James-Lange propone que la corteza cerebral recibe e interpreta los estímulos sensoriales que provocan emoción, produciendo cambios en los órganos viscerales a través del sistema nervioso autónomo y en los músculos del esqueleto a través del sistema nervioso somático.

Anónimo dijo...

Bueno me despido de vuestra página web todo un placer ya sé que ha sido efímera mi intervención pero espero que os hayáis divertido tengo razones realistas para manifestar tal afirmación. Adiós.

Dr_Faustus dijo...

Puede que este enlace sea interesante: Lenguaje, corporeidad y cerebro: Una revisión crítica por Manuel de Vega

Fernando Blanco dijo...

Dr. Faustus: ¡Buen apunte! Ese hombre es un clásico :-D
Gracias