Es enormemente conocido el experimento de Skinner sobre “superstición” en palomas. Éste consistía en la presentación, cada 12-15 segundos, de una dosis de comida independientemente de la conducta de los animales. Skinner observó que, tras cierto número de ensayos, las palomas mostraban una serie de conductas repetitivas, que él atribuyó al desarrollo de una superstición. Es decir, la comida habría reforzado alguna conducta emitida aleatoriamente por la paloma en algún momento, de manera que la paloma habría “aprendido” que dicha conducta era la causante del suministro de comida. O, expresado de un modo empírico a la manera de Skinner, debido al emparejamiento entre una respuesta aleatoria y el suministro de comida, se habría incrementado la probabilidad de aparición de dicha respuesta. Este mecanismo fue el origen de un modelo sobre la conducta supersticiosa en seres humanos, y este experimento fue replicado otras veces con sujetos humanos.
Sin embargo, el experimento de Skinner puede tener una explicación alternativa, basada en la teoría de los sistemas de conducta. Conviene explicar primero muy brevemente dicha teoría. Ésta integra evidencia tanto de la etología como de la psicología. Su idea principal es que la manera en que un animal se enfrenta al mundo depende de la historia filogenética de su especie en interacción con su medio. De esta forma, el animal contaría con juegos o conjuntos de conductas (sistemas) cuya activación dependería de la interacción entre la motivación del animal, su contexto estimular y la historia evolutiva.
Un animal contaría con múltiples sistemas de conducta, relacionados con distintas funciones vitales: reproducción, alimentación, defensa, etc. Cada sistema estaría integrado por varios subsistemas, relacionados con diferentes conjuntos de maneras de satisfacer esas funciones vitales. Por ejemplo, en el caso de la alimentación, un subsistema sería la conducta predatoria. A su vez, los subsistemas se dividen en modos motivacionales. Éstos predisponen al animal a realizar ciertas conductas y prestar especial atención a ciertos estímulos en función de las circunstancias. Por ejemplo, dentro de la conducta predatoria habría diferentes modos: búsqueda general de alimento, que implicaría conductas de búsqueda inespecíficas como deambuleo o espera; búsqueda focal, que incluiría conductas centradas en una presa localizada, como acecho o captura; o carga/consumo, que incluye conductas como cargar con la presa o comérsela. El modo activo dependerá del contexto estimular (por ejemplo, de la cercanía de la presa; el modo de búsqueda general se activa cuando no hay presas localizadas, mientras que el de búsqueda focal lo hace cuando ya se ha localizado alguna), o de la motivación del animal. Un ejemplo de esto último viene dado en una descripción de Leyhausen (1979) sobre la conducta predatoria en el gato: si ponemos a un gato hambriento en una habitación llena de ratones, en un primer momento los matará y los devorará (modo de consumo); una vez reducida su hambre jugueteará con los ratones, capturándolos y acechándolos (modo de búsqueda específica); y tras un tiempo, se limitará a deambular y seguir con la mirada a los ratones (modo de búsqueda general). Añadir a esto que dentro de un mismo modo hay diversas conductas posibles, cuya aparición puede depender de las demandas del ambiente o de diferencias individuales, como por ejemplo el aprendizaje previo. Esta secuencia de modos ocurriría tanto en situaciones naturales, como en situaciones aprendidas (p. ej., en un entrenamiento de intervalo fijo, en el que se refuerza a la rata por pulsar la palanca tras un intervalo de tiempo, se observa que las respuestas relacionadas con el modo de búsqueda específica aumentan conforme se acerca el final del intervalo y el momento de la aparición del reforzador).
Imaginémonos ahora a la paloma en la caja de Skinner, en la que a intervalos fijos aparece comida. La teoría de los sistemas de conducta predice que lo que realmente aprende la paloma son las claves temporales sobre el EI, esto es, el tiempo que tarda en aparecer. Observando las conductas de la paloma en dicha situación, tras los ensayos de entrenamiento, se puede ver que en los puntos de máxima distancia a la aparición del EI la paloma realiza conductas propias del modo de búsqueda general, como deambular por la caja. A medida que se aproxima la aparición del EI la paloma va realizando cada vez más conductas propias del modo de búsqueda específica, como picotear o curiosear cerca del comedero. La aparición del EI (la comida), lleva a su ingesta (modo de consumo), y tras ésta la paloma volvería al modo de búsqueda específica y, paulatinamente, al de búsqueda general. Este análisis es más sencillo de realizar si se amplía el intervalo entre los EI, ya que con intervalos de tiempo tan cortos como los usados por Skinner (12-15 segundos) el modo de búsqueda general apenas se expresa.
La conclusión que podemos sacar de lo comentado anteriormente es que lo que observó Skinner, e interpretó como conductas “supersticiosas”, eran conductas estereotipadas propias de un modo motivacional concreto de las palomas, activado por la expectativa o la cercanía temporal de la aparición de alimento. La variedad de conductas que observó eran debidas a la variedad de respuestas posibles dentro de un mismo modo.
Hoy en día, existen otras explicaciones más firmes que la propuesta por Skinner sobre la conducta supersticiosa, basadas en los sesgos en la detección y ponderación de las relaciones causales y de contingencia. Sin embargo, el debate en torno a este tema sirve para ejemplificar cómo el ambientalismo extremo de la psicología de mediados del siglo XX es insuficiente para explicar satisfactoriamente la conducta animal y humana, y de cómo es necesario tener en cuenta la historia filogenética de cada especie estudiada a la hora de analizar su comportamiento.
El experimento de Skinner sobre superstición en palomas: una explicación alternativa
Publicado por
Sergio
28 noviembre, 2009
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