La cosa surgió a partir del eterno argumento reduccionista en las ciencias de la mente. Que conste que la psicología, aunque es la diana habitual de este tipo de argumentos reduccionistas, no ha sido la primera en pasar por estas crisis. La mismísima biología ya tuvo que lidiar con el reduccionismo cuando se empezó a tomar en serio el paradigma darwiniano. Veréis, la cosa es sencilla. Si estamos estudiando un organismo vivo (eso hace la biología, y eso hacemos los psicólogos también, ya he dicho alguna vez que deberíamos vernos como otra rama más de la biología), podemos abordar la situación desde muchos puntos de vista. El dilema está en escoger cuáles van a ser los elementos básicos de mi argumento, las “primitivas”, para que me entendáis, como diría un geómetra (en dibujo y en geometría, se trabaja con figuras a veces muy complejas, separándolas en elementos más sencillos hasta llegar a las primitivas, más fáciles de representar y modelizar). En el caso de los seres vivos, podemos hacer varias elecciones. Podemos escoger la célula como base de mi estudio, o podemos descender aún más hasta las moléculas, o incluso hasta el nivel de los átomos. Ése podría ser un ejemplo de enfoque reduccionista: un zoólogo pretende estudiar a un animal y las primitivas con las que construirá sus argumentos serán de nivel molecular. Esta elección condiciona sensiblemente el poder de las hipótesis explicativas del científico. Obviamente, no puedo explicar las mismas cosas si observo el nivel subatómico que el orgánico, o el del individuo, o el de grupo, o el de especie. El reduccionismo implica que no hay diferencia sustancial entre el todo y las partes que lo componen, y esto puede ser un problema. Es una cuestión de niveles de análisis. Cada problema que el científico quiere abordar puede enfocarse desde un nivel diferente, y algunos son más adecuados que otros para algunos problemas concretos. El reduccionismo (la elección, por defecto, de un nivel microestructural) supone optar por un mayor poder al tratar algunos problemas, pero sencillamente pasar por alto muchos otros.
Antes de justificar esta última afirmación mía, voy a exponer lo que pasó en la biología. La aceptación del paradigma evolucionista en la biología supuso un impulso para salir del callejón sin salida en el que muchos se habían metido. La alternativa al reduccionismo llegó de la mano del emergentismo. ¿Qué es el emergentismo? Para resumir, podemos decir que es una propiedad que tienen los sistemas complejos y dinámicos (el mejor ejemplo es un ser vivo cualquiera), que consiste en que los fenómenos observables en el nivel macroestructural aparecen por la interacción dinámica de las partes que los componen y por lo tanto no pueden reducirse a éstas: “el todo es algo más que la suma de las partes”. No puedo llegar a comprender una organización social sin estudiar a cada uno de sus miembros, como individuos, pero el conocimiento de cada individuo no basta para conocer a la organización.
Hay procesos y fenómenos que sólo aparecen en el nivel de organización más complejo, y no pueden ser explicados desde el punto de vista individual. Eso no significa que el nivel superior sea siempre el idóneo. Dependiendo del problema que vaya a estudiar, me interesará un nivel u otro. No es práctico abordar el problema de una conducta grupal con primitivas del nivel subatómico, igual que no es útil acercarse a la cuestión de la digestión humana desde una perspectiva del grupo social. Como veis, el criterio es la pura utilidad, y eso está bien, porque nos permite mucha flexibilidad.
Alguien sacó del armario el fantasma del dualismo en el debate que tuvimos en este blog, y debo reconocer que no andaba errado del todo. Sin embargo, la perspectiva emergentista es una alternativa también al dualismo, puesto que los elementos del nivel de organización superior aparecen por la interacción de las partes de niveles inferiores, y tienen su misma naturaleza. Esto significa que la conciencia humana no es muy diferente de una de mis manos. Hay una continuidad evidente entre el nivel superior y los que tiene debajo, sin grandes saltos visibles.
En segundo lugar, aclaro que abandonar una perspectiva reduccionista cuando uno estudia un objeto complejo, compuesto de partes jerárquicamente organizadas (un ser vivo, un cerebro) no hace que el abordaje pierda su carácter científico. Los biólogos han aprendido la lección y trabajan en uno u otro nivel dependiendo del problema que investiguen. La cientificidad de esta investigación quedará determinada por las actitudes y metodología del investigador y por la falsabilidad de las hipótesis que proponga. No por el nivel de análisis empleado. A veces escogeremos el nivel incorrecto. Bueno, para empezar, eso no implica que la hipótesis propuesta sea errónea, pero aunque así lo fuera, se puede ser muy científico y estar equivocado. A veces parece que sacamos el dedo a la primera de cambio para acusar a cualquiera de “no científico”, cuando simplemente es que la evidencia ha mostrado que está equivocado. Hago notar que, de hecho, estar equivocado no es solamente algo muy humano, sino también una parte indispensable de la ciencia (sólo en la ciencia uno puede estar equivocado. Los religiosos, los dogmáticos, nunca lo están, por definición).
Smolensky (1988) ya trató el problema del emergentismo, aplicado a la ciencia cognitiva. En este caso el problema era el inverso que en la biología. La tradición tendía a ser muy mentalista, incluso dualista, diría Antonio Damasio. Lo que se planteó fue la necesidad de descender a niveles más bajos en la jerarquía de organización. Se trata de uno de los argumentos del conexionismo, amigos, de las redes neuronales. En una red neuronal, los elementos son ciertamente sencillos, carecen del significado simbolista que tienen las unidades de la perspectiva clásica en la psicología cognitiva. Lo que los convierte en primitivas poderosas es precisamente su organización jerárquica con complejidad creciente, de modo que acaban “emergiendo” propiedades que no tenían los elementos por sí solos. Una red puede hacer cientos de cosas que no puede hacer uno de sus nodos en solitario. De la interacción entre docenas de estos elementos simples, ninguno de los cuales es más importante o interesante que los demás (sólo se distinguen por su topografía), surgen propiedades como la capacidad de aprender, sin ir más lejos. He ahí el poder del conexionismo: su simplicidad. Este enfoque exige descender al nivel de las unidades de estas redes para comprender el sistema, pero es que si no observamos la red en su conjunto nos perderemos las regularidades que desde “arriba” son evidentes (pues en niveles inferiores no son siquiera observables).
Parte de mi argumento lo tenéis en el fantástico libro que recomiendo para todos: Conexionismo y Cognición, de Pedro Cobos (Editorial Pirámide).