Skinner en Youtube

Todos estamos un poco preocupados por la poca divulgación que tiene la psicología científica comparada con la "psicología" de los charlatanes y sinvergüenzas (PNL, psicología transaccional...etc). Creo que es una buena noticia que en Youtube se puedan encontrar varios videos interesantes sobre psicología experimental de verdad. Yo en un momento encontré este sobre Skinner.

El cerebro de los deprimidos es diferente

Ya hemos estado hablando estos últimos días sobre los correlatos anatómicos (neurológicos) de ciertas funciones psicológicas, y la relación entre los genes y la conducta. Me propongo ahondar un poquito más en este asunto con esta noticia. Oído al parche:

Que la genética influye en nuestro comportamiento de varias maneras ya lo sabemos, y lo hemos tratado en este blog. Es sabido también que algunos trastornos conductuales pueden estar muy relacionados con la herencia genética. Ése parece ser el caso de la depresión, que probablemente es el trastorno psicológico más común en la actualidad.
Pero es que no sólo la bioquímica cerebral y los genes parecen tener una relación estrecha con la génesis y el mantenimiento de la patología depresiva, es posible que incluso la misma morfología cerebral o, mejor dicho, sus proporciones, se vean transfiguradas en el curso de la enfermedad. Lo dice un estudio publicado recientemente por Dwight German y su equipo. Estos investigadores han hallado que uno de los genes relacionados con la patología depresiva hace aumentar de tamaño una determinada zona del cerebro, el núcleo pulvinar, en el tálamo, que toma parte en la elaboración de las emociones negativas. Presumiblemente, la acción del gen provocaría la hipertrofia del núcleo pulvinar, produciendo a su vez en el individuo una tendencia al pesimismo y a la negatividad propios de la depresión.

Yendo al detalle. La depresión, sabemos, tiene que ver con los niveles de un neurotransmisor llamado serotonina, una proteína cuya fabricación, a fin de cuentas, está dirigida por los genes de turno. En concreto, existe un gen que produce las moléculas encargadas de transportar la serotonina (SERT), de las cuales existen dos variedades: una larga (SERT-l) y una corta (SERT-s), de las cuales la variedad corta parece ser la menos eficiente. Por eso, las personas que poseen las moléculas transportadoras “ineficientes” tienen niveles más bajos de serotonina y tienden a deprimirse. Es así como la genética influye en nuestro estado de ánimo, induciéndonos, por ejemplo, un modo de ver la vida pesimista y negativo.
German y su equipo analizaron los cerebros de 49 personas fallecidas, observando que quienes disponían de moléculas transportadoras cortas (SERT-s) tenían el pulvinar mucho mayor que quienes podían sintetizar moléculas más “eficientes”. El cerebro de las personas deprimidas parece tener, por tanto, una configuración física ligeramente diferente que el de las personas sanas. Algo que habrá que tener en cuenta en su tratamiento. Pero, además, las conclusiones del estudio nos permiten imaginar cómo sería, en un futuro quizá no muy lejano, el diagnóstico de la depresión previamente a la aparición de los síntomas, sólo con un análisis bioquímico o genético, sólo orgánico. Interesante.
Links a la noticia:
En “Tendencias 21”
En la web del Southwesterner Medical Center

Actualizo 7-12-2006: Arreglados los enlaces.

Más cosas sobre publicidad

Nuestro amigo Héctor Mediavilla está trabajando actualmente en el campo de la publicidad y la psicología, y me ha mandado por correo este pequeño texto que aquí os "copypasteo":

Hay una técnica ya clásica en publicidad. Se llama "demostración". Consiste en que en un anuncio se presente un problema. Ante ese problema se presenta una solución. "Casualmente" esa solución consiste en la utilización del producto que queremos vender. Tras el uso se soluciona el problema. Es decir, hay un antes y un después.
Está técnica es ya clásica en publicidad. Se viene usando desde hace mucho tiempo, probablemente de forma intuitiva. En la actualidad los profesionales de este sector fundamentan su uso en función del establecimiento de una relación de causalidad.
Esta técnica no se usa ya con tanta frecuencia, sin embargo algunos anunciantes la siguen utilizando. Como ejemplo podemos nombrar a las marcas de detergentes y de cremas cosméticas.
Los que lleváis esta página sé que sois expertos precisamente en el estudio del aprendizaje de relaciones de causalidad en humanos (o eso creo, ya me lo confirmaréis). Me gustaría conocer vuestra opinión al respecto, así que os mando este pequeño artículo por llamarlo de alguna forma para que se comente un poco.

Escrito por Héctor Mediavilla.

La materialidad de la conciencia

Alguna vez dije en este mismo blog que, al estudiar ciertos temas, nos metemos más en terrenos filosóficos que puramente psicológicos. Queriéndolo o no.
El asunto de la conciencia es uno de esos temas. Y aunque estoy convencido de que puede abordarse (y de hecho se aborda) científicamente, la visión filosófica del asunto no deja de ser interesante. Por eso hoy presentamos, por cortesía de Fernando G. Toledo, esta pequeña reflexión sobre la conciencia. A ver si nos hace pensar.

La materialidad de la conciencia

Por Fernando G. Toledo
Publicado originalmente en Razón Atea.

Una sola frase puede ser motivo de discordia. Por ejemplo: «La conciencia es producto de lo material». Aunque, ciertamente, ¿qué tiene de escandalosa esa afirmación? No mucho. Negarlo, en cambio, sería un mejor motivo para discutir. Y es que, sobre todo a partir del desarrollo de las ciencias neurológicas, la comprensión de la mente humana ha ido dilucidando muchos viejos enigmas. Y una de las hipótesis que ha desterrado es la de su «inmaterialidad». No basta decir que la cuestión no nos soprende a los materialistas (que llevamos una ventaja: podemos dar pruebas de lo que afirmamos), pero sí a los dualistas, que postulan la existencia de un alma espiritual y distinta del cuerpo físico. Toda discordia, se entiende, florece frente a un defensor del dualismo.
A un dualista la aserción va a parecerle, aun hoy, osada, hasta insultante. «¿Dónde están las pruebas de que la conciencia es algo material?», desafiará. Y pueden serle ofrecidas las pruebas: investigaciones que muestran cómo va dilucidándose el mapa mental, siguiendo trabajos que llevan por lo menos tres décadas, y que dan cuenta de que las ideas son producidas por el trabajo laborioso de nuestras neuronas. Nada fantasmal, nada que no salga de esa materialidad, subyace en esa abstracción que llamamos «conciencia». Pero a un dualista empedernido no le bastarán las pruebas puntuales, y no constituirá una excepción que contraataque con opiniones. Opiniones respetables, claro: las de John Eccles, neurólogo, creyente, y premio Nobel de Medicina en 1973. Eccles opinaba que había algo más, una especie de espíritu o alma que anida en nuestro cuerpo (¿cómo lo hará en algo material si no lo es?) engendra nuestras ideas. Las razones: que hay mucho que «no conocemos» de la conciencia. ¿Es eso una prueba? Claro que no. Lo que ignoramos es una exclusión, no una evidencia. Sin embargo, Eccles, y otros dualistas, parecen sostener su creencia («la conciencia es espiritual») en cualquier pequeña hendija sin cubrir por la neurobiología.
Por si fuera poco, Eccles supo ir más allá, y anunció alguna vez, pomposamente, que "la evolución no explica todo". Que ha de haber un diseñador trazando el camino de la vida y que, claro, la autoconciencia jamás será explicada materialmente. Una afirmación que a esta altura es tozuda, si ignora todas las explicaciones ya ofrecidas.
El desarrollo cerebral de la especie humana es nuestro logro evolutivo. Nuestro cuerpo no es ni tan fuerte, ni tan veloz, ni tan ágil, ni tan inmune. A cambio, el cerebro lo ha dotado de gran inteligencia y de autoconciencia. Esa autoconciencia tiene sus fallas: como se constituye en un puente entre el hombre y el mundo exterior, corre el riego de confundir al mundo con el puente, cuando no con el propio sujeto. En ese error (como si alguien confundiera la foto de una persona con la persona misma) se funda acaso el vicio de considerar a la conciencia algo que excede al cuerpo. Los nombres que suele tomar esa conciencia hipostasiada es «alma», «espíritu», «ánima». O «mente». Un concepto que convierte a ésta en una especie de forma sin su correspondiente figura.
Pero la ciencia ha develado el error: «considero a la mente inseparable del cerebro», ha sentenciado, por ejemplo, el experto F.J. Rubia, en El cerebro nos engaña. «La división de la realidad en antinomias, es decir, en términos contradictorios […] es fruto de la actividad de una parte del cerebro, a saber, del lóbulo pariental inferior, por lo que cabe suponer que la distinción entre cerebro y mente también es producto de esta estructura cerebral […] La inmensa mayoría de las actividades del cerebro se realiza ordenando el mundo en antinomias», ha dicho también, al respecto de la tendencia al dualismo (cuerpo-alma, cerebro-mente).
En nuestra corteza cerebral, allí donde se da cita una maraña de «cables» neuronales que transmiten pulsos eléctricos e intercambian su química, se produce lo que llamamos conciencia. No hay un alma inmortal que tengamos insuflada: todo es materia o energía.
«El contenido de información del cerebro humano expresado en bits es probablemente comparable al número total de conexiones entre las neuronas: unos cien billones (1014) de bits», ha ilustrado Carl Sagan en Cosmos. «Hay muchos valles en las montañas de la mente, circunvoluciones que aumentan mucho la superficie disponible en la corteza cerebral para almacenar información en un cráneo de tamaño limitado. La neuroquímica del cerebro es asombrosamente activa, son los circuitos de una máquina más maravillosa que todo lo que han inventado los hombres», ha explicado.
Christopher Koch, quien ha trabajado junto al eminente Francis Crick, autor del libro "La búsqueda científica del alma", ha sido contundente: «Es evidente que la conciencia nace de reacciones bioquímicas del cerebro».
¿Eso explica todo? Claro que sí. Y claro que no. Cuando la neurobiología avance hasta trazar el imponente mapa cerebral completo, la idea del alma o de alguna «conciencia espiritual» podrá quedar desterrada, aunque la cuestión puede adquirir todavía más riqueza. Y quejas dualistas: Michael Reiss, científico y religioso, ha dicho que afimar que la conciencia se reduce a procesos materiales equivale a «decir que una catedral es un conjunto de piedras y vidrios. Cierto, pero se trata de una constatación simplista». Tan simplista como su comparación, responderíamos, puesto que si ignorásemos que una catedral se compone de ladrillos y cruces, sería un error darle a su estructura otra composición. La neurobiología no dice que las plegarias y los fieles están hechos de ladrillos, pues eso sería como decir que el templo está fabricado con avemarías. Lo que se afirma, nada más y nada menos, es que las ideas se forman en el cerebro. La conciencia. Eso que antes llamábamos alma.
Las discusiones en este punto podrían continuar, pero hay un punto inevitable: la ciencia ofrece sus evidencias y la posibilidad de corrobar sus afirmaciones (por ejemplo, que una persona puede cambiar de personalidad con drogas que afecten su química cerebral). La teología nos debe hace siglos la validez de sus asertos.
Así, menudo inconveniente comporta la materialidad de la conciencia para las religiones. Es como una espada que cuelga sobre su cuello. Como ilustra Gonzalo Puente Ojea: «Un dios sin almas es como un pastor sin ovejas». Si todo es material, si no existe el mentado mundo espiritual, no hay trascendencia entonces. Es decir, no hay alma y, luego: ¿hay un Dios? ¿Será el dios deísta o el motor inmóvil aristotélico, que no conoce al mundo ni al hombre? Aun así, como no hay almas, las religiones están en problemas.

Actualizado 12-11-06 a las 22:36
Se han corregido, por indicación del autor, algunos gazapos en el texto.

Más de genes y conducta...

Este es un post muy cortito para comentar algunas de las cosas que me están interesando por ahora. Voy a intentar que los contenidos no sean sólo para especialistas...
Los que conozcáis a algún psicólogo sabréis que a los psicólogos nos encanta discutir sobre el peso que tiene o deja de tener nuestra información genética (nuestro genotipo) en la variabilidad de nuestros actos. En muchas ocasiones, la cuestión a resolver es si tal o cual aptitud humana está codificada en cierta medida en nuestro código genético, y por tanto puede ser heredada. Clásicamente se ha optado por dos métodos científicos muy diferentes a la hora de abordar estas cuestiones: 1) el estudio de gemelos monozigóticos (es decir, con la misma información genética) 2) el estudio de cepas de animales con diferencias genotípicas. Aunque la información que nos han dado estos estudios es muy abundante e interesante, quisiera comentar un nuevo método de estudiar las bases genéticas de la conducta (nuevo al menos para mí). De un tiempo a esta parte, gracias a la secuenciación del genoma humano, se ha podido estudiar directamente el efecto de ciertos polimorfismos genéticos sobre la conducta humana. Un polimorfismo en un gen es simplemente una variación del mismo; cada gen puede tener diferentes polimorfismos, que pueden afectar en mayor o en menor medida la efectividad de ese gen. Pues bien, se puede establecer mediante un análisis del código genético si se tiene tal o cual polimorfismo en el gen que nos interese. En algunos laboratorios se están buscando diferencias en varias tareas cognitivas entre grupos de participantes con diferentes polimorfismos en genes muy concretos. Por ejemplo, se ha mostrado que el gen que sintetiza la proteína COMT, proteína que se encarga de regular la transmisión nerviosa en diferentes circuitos neuronales, puede tener dos polimorfismos funcionales (es decir, que tienen cierto papel en la expresión del gen) diferentes. En la cadena de aminoácidos que forma la proteína COMT, en un eslabón concreto, si tenemos el polimorfismo “Val” se introducirá un aminoácido llamado Valina, mientras que si tenemos el polimorfismo Met se introducirá un aminoácido llamado Metionina. Estas diferencias llevan a que la COMT tenga una menor efectividad en el polimorfismo Met.
En diferentes estudios, como en Egan et al. (2001) o en Goldberg et al. (2003) se ha analizado la existencia de diferencias entre diferentes personas con el polimorfismo Met o con el polimorfismo Val a la hora de resolver diferentes tareas cognitivas. Los resultados nos indican que existen diferencias entre los participantes en función de su polimorfismo, concretamente, los participante con el polimorfismo Met han mostrado una mejor ejecución en un gran número de tests cognitivos.
El efecto de otros polimorfismos en otros genes diferentes al COMT está siendo investigado, mostrándose que parte de la variabilidad que tenemos a la hora de resolver tareas clásicas de atención, memoria o planificación dependen de genes concretos. Genes heredables y fácilmente identificables…¿habéis visto la película Gattaca?

Referencias
Egan, M.F. et al. (2001). Effect of COMT val108/158 met genotype on frontal lobe function and risk for schizophrenia. PNAS, 98, 6917–6922.

Goldberg, T.E. et al. (2003). Executive subprocesses in working memory: relationship to catechol-O-methyltransferase Val158Met genotype and schizophrenia. Arch. Gen. Psychiatry 60, 889–896.

Lectura recomendada.
Goldberg, T.E. et al. (2004). Genes and the parsing of cognitive processes. TICS, 8, 325-335.